Dicen los biólogos que los simios, elefantes, delfines y humanos son las especies con mayor capacidad de empatía hacia sus semejantes.
Los elefantes, por ejemplo, son capaces de detectar en qué momento uno de los miembros del grupo sufre de estrés. Cuando eso ocurre, otro elefante se acerca al animal afectado buscando contacto físico y utiliza la trompa para acariciarle la cara o mete su trompa en la boca del otro animal. Este gesto en el lenguaje de los elefantes debe ser algo así como «darle un abrazo», como cuando pones una mano sobre el hombro de alguien al intentar consolarle.
En los humanos, la empatía es un rasgo que viene de serie en nuestra naturaleza. Pero a pesar de tener esa tendencia innata, no es que estemos obligados a serlo. Es algo que te sale o no te sale.
¿Hay déficit de empatía?
La Universidad de Michigan ya ha advertido de que cada vez somos menos empáticos. Y por tanto, más egocéntricos, narcisistas, competitivos e individualistas.
Según un estudio que la Universidad lleva haciendo desde hace más de 30 años, la empatía ha caído de manera espectacular entre los estudiantes universitarios desde el año 2000 a esta parte. Concretamente es un 40% más baja que la que había hace 20 o 30 años en los estudiantes de entonces.
Las causas las reconocerás enseguida porque también están presentes en nuestra sociedad: los videojuegos violentos que anestesian a la gente del dolor ajeno, el auge de las redes sociales y la facilidad de tener amigos de los que poder desconectar de sus problemas a golpe de clic.
Y ya que la empatía está amenazada entre las generaciones más jóvenes que pronto empezarán a gestionar personas, vamos a darle un repaso para ver si estamos a la altura de lo que se espera de nosotros.
¿Cómo ser empáticos?
Empatía es imaginarse en el lugar del otro. Ponerse en su posición y comprender cómo se podría estar sintiendo en un momento dado. La expresión que mejor la define es la de «ponerse en los zapatos de los demás» o «ver el mundo a través de los ojos de otra persona».
Por ejemplo si un compañero está estresado porque está viviendo una situación traumática en su vida personal, además de comprender sus preocupaciones y entender su agobio por no poder cumplir con su trabajo como le gustaría, una respuesta empática sería la de tratar de aligerarle la carga de trabajo, quitarle presión y ofrecerle ayudar hasta donde se pueda.
Por otro lado, la empatía también implica saber cómo decir las cosas, cómo actuar ante la tristeza (o alegría) ajenas y entender el punto de vista del otro sin juzgarlo.
Parece sencillo pero no lo es.
Y no es fácil porque nos cuesta hacer escucha empática. O lo que es lo mismo, escuchar con atención las palabras y los sentimientos de los demás demostrando que realmente nos importa. Y sobre todo con la paciencia necesaria para escuchar todo el mensaje sin interrumpir.
¿Te suenan estas expresiones?

Cuando alguien nos cuenta sus preocupaciones a veces respondemos así. Pero esas no son respuestas empáticas. Restar importancia a lo que siente el otro no es ponerse en su lugar. Y menos aún interrumpirle y aprovechar a contarle nuestra propia carga (“Sí, eso mismo me pasó a mí…“)
Ya ves que no siempre estamos acertados cuando escuchamos las inquietudes de los demás. Pero afortunadamente la empatía es una habilidad que como cualquier otra la podemos trabajar y mejorar. Dedicando tiempo a los demás, siendo más observadores, más receptivos y mejores oyentes. Con un poco de esfuerzo, el objetivo de ser empáticos de forma espontánea y desinteresada está al alcance de la mano.
Pilar Torrijos
Aprovechando el momento y en constante aprendizaje. Creadora del blog del Mando Intermedio y sumergida en el 2.0 sin olvidarme del 1.0
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Del mismo autor en este blog:
Misión y Visión: Sus 4 reglas y análisis de 9 buenos y malos casos reales.
Conócete mejor con la ventana de Johari
Para seguir leyendo:
Inteligencia conversacional. El poder de la comunicación (I)
Civilización empática: El altruismo develado por las neuronas espejo
Guy Kawasaki: Las neuronas de Gandhi y 5 formas de practicar la empatía
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Como bien dice el artículo anteriormente mencionado, en el trabajo nos encontraremos con los trepas, los pesados, los envidiosos, los que te pondrían la zancadilla al menor resbalón, los vagos, los muy atareados o los que todo lo dejan para el día siguiente, pero también nos encontraremos con buenos compañeros. Con todos hay convivir y trabajar. Con los últimos nos apetecerá estar y con muchos otros lo mejor será coincidir lo menos posible, pero puesto que hay que ir a trabajar y hay que convivir, lo mejor es armarse de paciencia y pensar que:“En esta vida, todo lo que das te vuelve multiplicado por dos”.
Gracias a esta habilidad emocional se pueden manejar y tratar de modo adecuado las emociones y sentimientos de la gente con la que nos relacionamos en el mundo laboral. Ser empático consiste en darse cuenta de lo que sienten los demás sin necesidad de que nos lo digan. Esta disposición facilita el ponernos en el punto de vista de los compañeros y adivinar lo que les pasa, lo que necesitan, con lo que nos colocamos en condiciones idóneas para comprenderles y saber por qué actúan de una manera determinada.
Para perfeccionar nuestra capacidad de empatía, sea esta mucha o poca, es aconsejable que nos interesemos por la persona o personas que tenemos enfrente: conocer su cultura, sus aficiones, su circunstancia vital, entender sus necesidades y objetivos. Solo así podremos ponernos en su lugar.
La empatía no es una varita mágica que nos permite conectar directamente con otros y tener buenas relaciones con personas con las que no congeniamos, pero si es un buen ejercicio de aproximación y comprensión. Es posible que una vez entendido el punto de vista del otro seamos capaces de entender mejor su realidad y por tanto avanzar en la mejora de nuestras relaciones.




Por: Eduardo Kastika – @EduardoKastika
Todo proceso de cambio es, ante todo, un desafío emocional. Eso es algo que he observado tanto en las situaciones de cambio personal como también en las transiciones más complejas que se dan en las organizaciones. Aún cuando a muchos nos pueda parecer, desde un punto de vista intelectual, que los cambios generan retos y que los retos pueden ser en si mismos atractivos, la verdad es que desde la perspectiva de lo que sentimos, hay que reconocer que los cambios nos despiertan emociones contradictorias. En el fondo todos oponemos cierta resistencia cuando se nos pide que hagamos las cosas de forma distinta. Somos animales de costumbres y nos gusta lo previsible. Pero resulta que la estabilidad es -casi siempre- inestable y efímera.