La empatía es el arte saber ponerse en el lugar del otro, es comprender situaciones o sentimientos de otros, pero no simplemente desde nuestro punto de vista, sino desde la del otro, una perspectiva que puede no ser la nuestra.
Así, pues, la empatía es el esfuerzo que realizamos para reconocer y comprender los sentimientos y actitudes de las personas, además de las circunstancias que los afectan en un momento determinado.
Siempre se había creído que la empatía es un valor que se cada persona tiene de manera más o menos habitual, como si fuera algo que se incluye en su carácter, totalmente independiente de su estado de ánimo y disposición interior. Pero parece ser que no es así del todo.
En un hallazgo sorprendente de un nuevo estudio publicado en la revista Psychoneuroendocrinology (Tomova et al., 2014), se ha podido observar que los hombres cuando están estresados, se vuelven más egoístas y menos capaces de entender las emociones y las intenciones de los demás, mientras que las mujeres en la misma situación, reaccionan de forma totalmente opuesta, se vuelven más empáticas y menos egoístas.
Estrés y empatía, estudio comparativo
Los investigadores realizaron el estudio sugiriendo que cuando sufrimos estrés podría nos centramos mucho más en nuestras necesidades y en nosotros mismos, ya que, de alguna forma, cuando estamos estresados, no disponemos de los recursos cognitivos para pensar en los demás.
Uno de los autores del estudio, Claus Lamm explica: “Nuestra hipótesis de partida era que las personas estresadas tienden a ser más egocéntricas. Desde una perspectiva centrada en uno mismo, de hecho, de esta forma se reduce la carga emocional y cognitiva del individuo. Por lo tanto, creímos que en unas condiciones experimentales adecuadas, estas personas serían menos empáticas”.
Lo que les sorprendió realmente fue que los resultados sólo pueden aplicarse a los hombres, pero no las mujeres, quienes se convirtieron en realidad menos egoístas bajo condiciones de estrés.
En el experimento que realizaron, los participantes fueron sometidos a estrés en una variedad de formas, incluyendo tener que hablar en público o hacer exámenes de matemáticas, entre otros.
Posteriormente, se les dio pruebas para valorar su nivel de egocentrismo en ese momento.
Tenían que:
– juzgar las emociones de otras personas,
– pensar desde la perspectiva de otra persona,
– tratar de imitar ciertos movimientos.
Otro de los autores del estudio, Giorgia Silani, explicó los resultados: “Lo que observamos fue que el estrés empeora el rendimiento de los hombres en los tres tipos de tareas. Lo contrario es cierto para las mujeres”.
La explicación para el efecto es desconocido, pero Silani continuó: “A nivel psicológico, las mujeres pueden haber internalizado la experiencia de que reciben más apoyo externo cuando son capaces de interactuar mejor con otros. Esto significa que cuanto más necesitan ayuda, y por lo tanto, cuando están estresadas, más aplican las estrategias sociales. A nivel fisiológico, la diferencia de género podría ser explicada por la oxitocina. La oxitocina es una hormona relacionada con los comportamientos sociales y un estudio anterior encontró que en condiciones de estrés las mujeres tenían mayores niveles fisiológicos de oxitocina que los hombres “.
Así que ya sabéis, mejor que le pidáis ayuda a una mujer estresada que a un hombre estresado.
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¿Te has sentido alguna vez abrumado por las opciones disponibles y has salido con las manos vacías de la tienda? Hay una explicación para eso.
Todos nos hemos enfrentado a la sensación abrumadora de estar de pie frente a un anaquel lleno de diferentes formas del mismo producto, y sentirnos incapacitados para tomar una decisión. Una forma de sobrecarga de información y capaz de generar un nivel de estrés semejante, el exceso de opciones puede convertirse en parálisis.
La paradoja de la elección describe nuestra tendencia a estar menos satisfechos con nuestras adquisiciones mientras más alternativas existan. A pesar de que contar con demasiadas opciones pareciera ser el ejemplo perfecto de un “problema del primer mundo”, es cierto que un estudio llevado a cabo en el año 1995 postuló la posibilidad de que un mayor número de opciones disponibles debilite nuestra capacidad de tomar decisiones.
El problema, en sí mismo, no se trata de las cosas que elegimos, sino de todas aquellas a las cuales, teóricamente, renunciamos al elegir. Si comemos pollo en el almuerzo, no comemos pescado; si elegimos estudiar Arquitectura estamos dejando de estudiar Derecho, Medicina y también de unirnos al circo y salir de gira. Por definición, las posibilidades constituyen alternativas excluyentes, y nadie puede tomar ambos caminos en una encrucijada simultáneamente. Es esta característica, la de la renuncia, la que nos dificulta tanto tomar una decisión, y la capacidad de asumir la inevitabilidad de esa renuncia forma parte de nuestro proceso de maduración como seres humanos.
En el caso de la adquisición de un producto o servicio, enfrentados a una cantidad abrumadora de opciones con respecto a las cuales no poseemos tanta información como quisiéramos, preferimos no comprar (esto es, no decidir) y quedarnos con el dinero, por cuanto el dinero representa la posibilidad de tomar la decisión en el futuro, y mientras no se haya tomado la decisión, el dinero contiene todas las posibilidades de manera simultánea.
No obstante, al menos sabemos de una forma conocida de mitigar la paradoja de la elección en aquellas decisiones relativas a adquisiciones, y ésta es recurrir a los denominados gastos prosociales. Según un estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de British Columbia, con grupos de personas a quienes se les asignó una cantidad determinada de dinero y se les indicó, en un caso, que lo gastaran en ellos mismos, y en otro, que lo gastaran en otras personas, aquellas personas que lo gastaron en otros se hallaban mucho más felices con respecto a las decisiones que habían tomado y a las cosas que habían comprado. Esto alivia la paradoja de la elección: es más fácil estar satisfecho con una compra realizada, puesto que la satisfacción no se deriva en este caso del objeto, sino del acto de dar.
Barry Schwartz, profesor de psicología en la Universidad de Swarthmore y autor del libro “La paradoja de la elección”, recomienda que, en vez de dejarnos llevar por la posibilidad de investigar y acumular información interminablemente sobre las posibilidades que tenemos a la mano, nos limitemos a sólo tres sitios web,creando así un balance idóneo entre suficiente información y demasiadas opciones. La solución, según indica Schwartz, es aprender a estar más cómodos con el concepto de “suficientemente bueno”, en lugar de buscar interminablemente la decisión perfecta, ya que en la mayoría de las decisiones que tenemos que tomar día tras día, la diferencia entre la decisión perfecta y la decisión suficientemente buena es infinitesimal e insignificante, al punto que no amerita el tiempo invertido en ponderar las opciones.
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Las personas resilientes saben que nadie es inmune al sufrimiento, a la adversidad. Comprenden que cuando aparecen esos instantes de oscuridad y desesperanza, tenemos dos opciones: dejarse vencer o sobreponernos, luchar con todas las estrategias que nos sea posible, porque la vida es maravillosa si no se le tiene miedo.
Te gustará saber que el término “resiliencia” proviene en realidad del campo de la física. Hace referencia a la cualidad de algunos materiales para resistir la presión y doblarse con flexibilidad para volver a forma original. Ahora bien, la resiliencia, aplicada a la psicología presenta otra dinámica existencial más interesante: la de hacernos crecer.
Cuando te enfrentes al dolor entiende que el protegerte bajo una armadura no siempre va a funcionarte: puede ser tu propia jaula. Es mejor enfrentarnos cuerpo a cuerpo a nuestro enemigo para comprenderlo y obtener así conocimiento, sabiduría.
Personas resilientes: un cerebro que aprende a afrontar el estrés
El concepto de resiliencia empezó a utilizarse en los años 40 en el campo de la psicología infantil. Se intentaba comprender de qué manera afrontaban los niños más desfavorecidos los problemas familiares y la adversidad en sus entornos.
Durante mucho tiempo se mantuvo la idea de que la resiliencia tenía un origen genético, es decir, la persona que había sufrido estrés postraumático a lo largo de su vida transmitía “ese gen” a sus hijos, de manera que éstos, serían más vulnerables y tendrían más dificultad para integrar experiencias complejas.
La infancia debe ser un privilegio para la vejez, ahí donde poder volver para recordar momentos felices. Si no los hubo, si nuestro niño interior sigue herido, es momento de sanarlo, de hacerlo avanzar siendo resilientes.
El origen genético de la resiliencia acabó dejándose a un lado con los años para orientarse más en factores psicosociales y neurológicos.
Un ejemplo de ello es un estudio llevado a cabo por Dennis Charney, de la Universidad de Medicina de Icahn en el Monte Sinaí, y Steven Southwick de la Universidad de Medicina de Yale, donde se determinó de qué manera funciona el cerebro de las personas resilientes y las no resilientes. Estos serían los principales datos a tener en cuenta.
Origen neurológico de la resiliencia
Hay personas que se adaptan mucho mejor que otras a las situaciones de estrés o presión.
El origen estaría en un control más efectivo a nivel neurológico de hormonas como la adrenalina, la noradrenalina y el cortisol.
Ante una amenaza estos tres neurotransmisores aparecen en el cerebro, pero cuando el foco amenazante desaparece, la persona más resiliente hará desaparecer al momento estas tres hormonas. En cambio, la personalidad menos resiliente seguirá sintiendo esa amenaza psicológica de forma persistente porque en su cerebro existirá aún ese exceso de cortisol, adrenalina, y noradrenalina.
El cerebro de las personas resilientes se caracteriza también por un uso muy equilibrado de la dopamina. Este neurotransmisor, relacionado con la recompensa y la gratificación nos es muy útil para hacer frente a la adversidad.
Algo a tener en cuenta es que en estados de estrés crónico y ansiedad nuestro cerebro deja de liberar dopamina, el neurotransmisor del placer, de ahí que aparezca la indefensión y la dificultad para actuar con resiliencia.
Claves para aprender a desarrollar tu resiliencia
Un aspecto que no debemos olvidar es que la resiliencia es una habilidad, y por tanto, una capacidad que podemos desarrollar y entrenar. Para que nuestro cerebro encuentre ese equilibrio neuroquímico es necesario gestionar de forma adecuada nuestras emociones.
Eres un universo único lleno de emociones, pensamientos, sueños y sensaciones. Aléjate de la orilla de la desesperanza y pon orden en ese caos: la resiliencia necesita armonía y equilibrio interno.
Llegar a ser resilientes es un proceso y un aprendizaje que debería enseñarse en las escuelas. De hecho, el propio Martin Seligman, padre de la psicología positiva, ha iniciado un interesante programa en varios colegios de primaria con excelentes resultados.
A modo de resumen, estas serían las principales claves para aprender a ser resilientes.
Nunca te dejes abrumar por tus propias emociones como si fueran grilletes que te paralizan. Imagina que llevas una brújula emocional interna que te permite mantener el control sobre tu mente, para ganar en atención y eficacia.
Sé tú mismo, no busques la aprobación ajena ni intentes gustar a todo el mundo. Todo ello te aleja de tus propios intereses, de tu propio equilibrio.
No te dejes llevar por el fatalismo ni caigas tampoco en un positivismo “poco realista”. Se trata de ver las cosas con objetividad entendiendo, además, que la adversidad es parte de la vida.
Céntrate en el aquí y ahora, lo que importa es el presente: no anticipes cosas que no han ocurrido, ni te sigas lamentando de cosas que ya han pasado.
Ayuda y deja que te ayuden. Cuida de tus relaciones sociales y construye vínculos positivos que valgan la pena, ahí donde apoyarte y crecer como persona en libertad e integridad.
Tú no eres tus errores ni tus tristezas, tampoco las personas que eligieron dejarte atrás en algún momento. Eres más grande que todo ello, porque toda decepción es finita y la esperanza infinita.
Publicado en La Mente es Maravillosa. Post original aquí.
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A los seres humanos por lo general nos gusta sentirnos seguros y con control sobre las cosas. Lo impredecible genera cierta ansiedad y la incertidumbre y los cambios pueden ser motivo de estrés y malestar para muchas personas que no han aprendido a lidiar adecuadamente con esas situaciones. Saber tolerar la incertidumbre es algo que se aprende, pero el primer paso es admitir que lo inesperado forma parte de la vida.
De todo ello tuve la oportunidad de hablar con María José Montesinos en la entrevista que me hizo para la Revista Bedding Magazine. Podéis leer la entrevista en las páginas 26-29.
«Querer tener cierto grado de control sobre las cosas es comprensible, pues nos ayuda a predecir lo que va a ocurrir y eso nos genera tranquilidad y garantiza una mayor estabilidad emocional, al tratar de reducir los imprevistos. Pero es importante entender que en la vida siempre habrá cosas que escapen a nuestro control, con las que no podemos contar o que no sabemos exactamente cómo van a evolucionar. Es decir, la incertidumbre es inevitable y, por tanto, lo mejor que podemos hacer es aprender a tolerarla».
¿Aceptar la incertidumbre o resignarse a lo que pase?
«Hay una diferencia entre asumir cosas que nos hacen sufrir, sintiéndonos víctimas pasivas, y pensar en que tenemos capacidad de influir en cómo nos tomamos esa situación. La clave radica en el afrontamiento. Sentirse sin ninguna capacidad de control sobre la situación genera ansiedad y desesperanza, pero esto no es cierto, sí hay algo en lo que tenemos control: en cómo nosotros decidimos afrontarlo».
¿Preferimos lo malo conocido?
«Los cambios generan incertidumbre porque abren las puertas a algo nuevo. Cuando conocemos las reglas del juego nos movemos como pez en el agua, pero cuando estas reglas cambian, nosotros debemos cambiar también. Y a veces las nuevas reglas dan lugar a un juego mucho más apasionante. Si no nos permitimos probar nunca lo sabremos. Por eso está bien salir de la zona de control. El cambio sólo puede dar miedo si anticipas cosas negativas de ello. Sin embargo, a veces caemos en el error de preferir no ver alterada nuestra rutina aunque en realidad tengamos una vida que nos aburre o nos hastía.
Mucha gente está cansada de la vida que lleva, pero tampoco hace nada por modificarla porque se ha acomodado y ‘prefiere lo malo conocido’, que enfrentarse al miedo a lo desconocido. Esto puede pasar en muchos ámbitos: parejas, trabajos, lugar de residencia… Pero la consecuencia de no querer cambiar nada es que tampoco cambiará esa sensación de hastío o de no sentirse ‘realizado’ del todo».
¿Qué hay que hacer cuando ocurre lo inesperado?
Es importante ser realistas y simplemente contar con que es posible que haya cosas que ocurran con las que no contábamos o que no nos agradan. Unas veces sí podremos hacer algo para que las circunstancias cambien y mejoren y otras veces simplemente nos tocará aceptarlas y esperar a que pasen, tratando de llevarlo le mejor posible a nivel anímico y que interfiera lo menos posible en nuestra vida. Pero es importante que el contar con la posibilidad de que ocurran cosas, no se convierta en un miedo que nos bloquee o nos haga sentir vulnerables. En la práctica clínica nos encontramos muchos casos de personas que sufren intensamente por la posibilidad de que ocurran cosas malas (muertes, enfermedades, fracasos…) sin embargo, estas anticipaciones son totalmente irracionales. No sabemos si eso llegará a ocurrir o no, pero esos miedos les bloquean y les hacen pasarlo mal.
Sin embargo, la realidad es que tenemos mucho grado de control sobre la gran parte de las cosas que rodean nuestra vida e incluso aunque lleguen malos momentos, también podemos hacer cosas para que nos afecten menos.
Publicado en el Blog de Miriam Rocha Díaz. Post original aquí.
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Escuchando comentarios que se reiteran semana tras semana, que principalmente ocurren los lunes a la hora de acudir a los trabajos, no puedo evitar que me sobrevenga la imagen de los galeotes remando en las galeras, al ritmo que les marcara el cómitre a golpe de tambor. Una alegoría provocada al hilo de expresiones habituales con las que se da a entender que no se sienten especiales ganas de acudir al trabajo. Indicio que alcanza su máximo significado en la expresión “De lunes”, frecuente contestación ante interrogantes tan retóricos como el recurrente “¿Qué tal?”. No lo expongo en clave de broma; más bien al contrario, con estudiada gravedad. Pues dar a entender que no agrada retomar el trabajo equivale a declarar que se alberga el propósito de dejar atrás situaciones que generan displacer. Y, por lo que vengo observando, y preguntando, creo que no me excedo en la metáfora.
Como digo, el asunto me parece serio. Y no solo a la vista de lo que nos advierte la Agencia Europea para la Seguridad y la Salud en el Trabajo: “En torno a la mitad de los trabajadores europeos consideran que el estrés es un elemento común en sus lugares de trabajo”, organismo que también sostiene que “Los riesgos psicosociales se derivan de las deficiencias en el diseño, la organización y la gestión del trabajo”, sino porque la referida declaración pone de relieve situaciones de malestar que explican que 843.000 trabajadores ocupados figurasen inscritos en 2014 en el Servicio Público de Empleo Estatal con la pretensión -según Randstad- de procurarse una mejora de empleo. Como también aclara que –según Infojobs- el 41% de los trabajadores estuvieran el año pasado buscando activamente un nuevo puesto de trabajo y que –según Adecco- el 35% de trabajadores que se declaraban abiertamente descontentos con su trabajo actual fueran especialmente proclives a un cambio de empresa.
Con tales mimbres, resulta titánica, por no decir imposible, la labor de gestionar el compromiso de los trabajadores, un asunto que ahora mismo ocupa a las empresas que reconocen que sin su principal activo perderían competitividad en el mercado, lo que obliga a replantearnos el enfoque con el que estamos gestionando nuestro capital humano. Si el conocimiento del cliente y del mercado es asunto conseguido, la apreciación de las singularidades de las personas y el aprovechamiento de las tendencias emergentes para la mejor gestión de los propios trabajadores dista todavía del nivel que sería preciso alcanzar para gestionarlos de la manera más viable y acertada posible. Un objetivo estratégico que introduce un cambio de perspectiva que obliga a reinventar la principal misión de los departamentos de recursos humanos: involucrar a las personas.
De la intuición al conocimiento
Partiendo de los tradicionales indicadores de personal (masa salarial, productividad, beneficio por empleado, horas extra, rotación, bajas, accidentabilidad…) y de los índices relativos a la gestión de los recursos humanos (capacitación, curva de aprendizaje, desempeño o satisfacción de la plantilla con relación a diferentes variables: sistema de evaluación, política de oportunidades y promoción interna, desarrollo profesional, estilos de mando, retribuciones, etc.) actualmente hemos comprendido que, si bien hay que seguir disponiendo de ciertos ratios de gestión, se nos quedan cortos para conocer a las personas en su singularidad, lo que ha de importarnos para no incurrir en generalizaciones tan vagas como inespecíficas cuando de lo que se trata es de ganarnos la lealtad de los trabajadores en su conjunto e individualmente.
Lo dicho puede parecer una perogrullada, más cuanto menor sea la dimensión de la organización, pero no me lo parece. Si bien queremos conocerlo “todo” de los clientes –perfil individual, familiar y social, gustos, aficiones, inclinaciones, deseos, tendencias, costumbres, rutinas…-, porque entendemos que cuanto más sepamos sobre ellos mejor acertaremos a vislumbrar sus necesidades y de más oportunidades dispondremos para ajustarnos a ellos y satisfacerlos, por el contrario no es tan habitual que las empresas dediquen el mismo esfuerzo para conocer a sus trabajadores, al menos con el mismo ahínco. No es un asunto, pues, en el que suela incidirse desde la estrategia institucional quedando, en todo caso, el conocimiento de las empresas sobre los trabajadores, relegado principalmente a los aspectos formales y, salvo a título individual, no se suele tener conocimiento del conjunto de circunstancias que concurren en los individuos.
No me refiero, desde luego, a que las empresas tengan que “desnudar” a los trabajadores ni planteo sustraerse al marco legal, ¡ni mucho menos! No se trata de confundir el respeto a la privacidad con el conocimiento individual de las personas, dirigido a crear entornos estimulantes sabiendo qué le mueve a cada uno, qué expectativas albergan, cuáles son sus intereses, en qué se consideran capaces, cómo se sentirían mejor, qué les ilusiona, qué valoran de su trabajo y de su empresa, qué cuestiones les suscitan especial interés, cómo se sienten, cuál es su percepción sobre el trabajo que realizan, qué esperan alcanzar, qué necesitan, qué les importa saber, qué situaciones les condicionan y otros muchos interrogantes que nos pueden poner sobre la pista de cómo una empresa se puede humanizar, pero sobre todo nos puede iluminar para fundamentar decisiones que afectan a segmentos de profesionales y a personas individuales pertrechados de conocimiento y no solo sobre la base de intuiciones, opiniones y atribuciones.
De la ciencia del dato al engagement
Hablamos de comprometer a los trabajadores, pero cómo lograrlo. La retribución ayuda, pero no basta. Las condiciones laborales contribuyen, pero no son suficiente argumento. El ambiente favorece, pero por sí solo no basta. El conocimiento de las personas puede aportar pistas valiosas, pero la mera acumulación de datos no ofrece la respuesta a las preguntas que nos puedan inquietar. En primer lugar, hay que tener claros los interrogantes que se desean despejar para luego saber qué datos son los relevantes y, partiendo de ello, plantearse cómo se podrían obtener.
La eclosión del big data, una captación y acumulación de datos que tan bien han sabido aprovechar las áreas comerciales y de marketing, se presenta ahora como una solución a explotar por parte de los departamentos de recursos humanos (HR Analytics or HR big data) para, transcendiendo al cuadro de mando tradicional, adquirir un conocimiento sobre los trabajadores que antes no se tenía, permitiendo segmentarlos y personalizarlos, de manera que sea posible ofrecer soluciones generales y a la carta con el fin de mejorar la experiencia del empleado. Hablar de ello nos obliga a decidir si merecería la pena ver cómo se pueden personalizar los servicios de recursos humanos, en vez de elaborar propuestas de valor genéricas que a unos compensan y a otros no tanto.
Es ésta una de las Tendencias Globales en Capital Humano registrada en 2015 por Deloitte University Press: la obtención de datos para aplicarlos a la toma de decisiones sobre las personas. Pero no basta con acumular datos, es necesario fijar un objetivo para la medición, saber cuáles son los significativos, se necesita cruzarlos, hay que comprender relaciones y significados y es necesario interpretarlos hasta ser capaces de particularizar el entendimiento sobre las personas, pues comprometerlas pasa, precisamente por ahí, por conectar a personas concretas, apelando a su singularidad, despertando sus motivos, conociendo sus razones. El mayor reto ahora es evolucionar de la mera descripción de situaciones a la realización de análisis predictivos que obren a favor del compromiso.
Del marketing interno al employer branding
El marketing interno se ha venido asociando con la comunicación interna para trasladar una identidad de marca, promover la imagen corporativa entre los trabajadores y alinearlos con la cultura de empresa en un esfuerzo de difusión de los valores, pero quizá en algunos casos se ha venido confundiendo la idea de transmitir internamente el valor de la empresa con la estrategia de trasladar las bondades de la dirección en un ejercicio de autobombo, que ha sido alentado por la quimera de que autoprestigiarse trabajaba a favor del compromiso de los trabajadores, pero la experiencia de quienes han cedido a la tentación narcisista ha demostrado que tal estrategia opera justamente en la dirección contraria.
Es necesario, por tanto, coordinar los esfuerzos de Comercial, Marketing, Comunicación y Recursos Humanos para alinear el sentido de la empresa, afirmar la marca, orientar el marketing de productos y de servicios, aquilatar la oferta de mercado y despertar el orgullo de pertenencia en los trabajadores por reconocerse en una de las mejores empresas para y por la que trabajar. Baste caer en la cuenta de que la reputación interna es la primera condición que se ha de lograr en una estrategia de marca empleadora, lo cual no se consigue propagando las propias loas en otros frentes y de espaldas a la plantilla, sino cuando se despierta la admiración por lo que se hace, logrando que sean los empleados quienes lo perciban y los que difundan méritos y propaguen valores. Es decir, cuando se logra que, por propia convicción, sean los principales socios quienes se erijan a modo de prescriptores y operen por propia iniciativa como reforzadores internos de una cultura de empresa de la que merece sentirse arte y parte; lo que invita a otros a sumarse a un proyecto que se presiente atrayente. De hecho, afirmar una cultura de la lealtad es el principal reto al que se enfrentan hoy las empresas.
De la escucha al intraemprendimiento
Hasta no hace mucho la figura del profesional era la del trabajador orientado a la ejecución, sujeto a los plazos y empeñado en el cumplimiento de su misión en pos de unos resultados fijados en objetivos y ligados al desempeño, lo que sigue estando vigente. Pero los mercados cambian, las necesidades se transforman, los consumidores evolucionan, los planteamientos se desfasan y las tendencias emergentes obligan a repensarse. De manera que no es raro que diariamente en las empresas surjan problemas, que cada época exija nuevas adaptaciones. Y, para más inri, sabemos que si siempre seguimos haciendo lo mismo, nuestra posición no permanecerá invariable, se retrasará respecto de quienes vayan acertando en cambiar las cosas y consigan mejorarlas.
Por ello, escuchar a quienes están en contacto con la realidad diaria de los mercados ya no basta, es insuficiente para descubrir nuevas vías de progreso y para transformar realidades al tenor de los tiempos. Progresar requiere socios dispuestos a aportar más allá de los compromisos contractuales y abrir nuevos cauces de expresión, y exige despertar inquietudes en quienes pueden aportar nuevas soluciones, única manera de acelerar la competitividad de las empresas. Y para ello hay que saber aprovechar el talento, no se trata solo de ponerlo a producir, sino de disponerlo de tal manera que se estimule su sensibilidad innovadora. Es ésta una opción posible en todo escenario y para toda empresa, con independencia de su dimensión, a lo que se llega desde el convencimiento de que cimentar bases que propicien ideas viables, repiensen lo que hacemos y transformen lo que se pueda mejorar es favorecer un pensamiento crítico que deviene en la instauración de una cultura de intraemprendimiento que, a todas luces, representará un beneficio tangible en el terreno del negocio, lo que será clave no solo para el futuro de la empresa, sino que también impactará en la huidiza esfera intangible del compromiso.
¿Qué pretendemos con todo esto? Sencilla y llanamente, involucrar a los trabajadores, mediante la transformación del trabajo en una actividad que no sea incompatible con la percepción de bienestar y que realmente proporcione desarrollo profesional y crecimiento personal.
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Dicen los biólogos que los simios, elefantes, delfines y humanos son las especies con mayor capacidad de empatía hacia sus semejantes.
Los elefantes, por ejemplo, son capaces de detectar en qué momento uno de los miembros del grupo sufre de estrés. Cuando eso ocurre, otro elefante se acerca al animal afectado buscando contacto físico y utiliza la trompa para acariciarle la cara o mete su trompa en la boca del otro animal. Este gesto en el lenguaje de los elefantes debe ser algo así como «darle un abrazo», como cuando pones una mano sobre el hombro de alguien al intentar consolarle.
En los humanos, la empatía es un rasgo que viene de serie en nuestra naturaleza. Pero a pesar de tener esa tendencia innata, no es que estemos obligados a serlo. Es algo que te sale o no te sale.
¿Hay déficit de empatía?
La Universidad de Michigan ya ha advertido de que cada vez somos menos empáticos. Y por tanto, más egocéntricos, narcisistas, competitivos e individualistas.
Según un estudio que la Universidad lleva haciendo desde hace más de 30 años, la empatía ha caído de manera espectacular entre los estudiantes universitarios desde el año 2000 a esta parte. Concretamente es un 40% más baja que la que había hace 20 o 30 años en los estudiantes de entonces.
Las causas las reconocerás enseguida porque también están presentes en nuestra sociedad: los videojuegos violentos que anestesian a la gente del dolor ajeno, el auge de las redes sociales y la facilidad de tener amigos de los que poder desconectar de sus problemas a golpe de clic.
Y ya que la empatía está amenazada entre las generaciones más jóvenes que pronto empezarán a gestionar personas, vamos a darle un repaso para ver si estamos a la altura de lo que se espera de nosotros.
¿Cómo ser empáticos?
Empatía es imaginarse en el lugar del otro. Ponerse en su posición y comprender cómo se podría estar sintiendo en un momento dado. La expresión que mejor la define es la de «ponerse en los zapatos de los demás» o «ver el mundo a través de los ojos de otra persona».
Por ejemplo si un compañero está estresado porque está viviendo una situación traumática en su vida personal, además de comprender sus preocupaciones y entender su agobio por no poder cumplir con su trabajo como le gustaría, una respuesta empática sería la de tratar de aligerarle la carga de trabajo, quitarle presión y ofrecerle ayudar hasta donde se pueda.
Por otro lado, la empatía también implica saber cómo decir las cosas, cómo actuar ante la tristeza (o alegría) ajenas y entender el punto de vista del otro sin juzgarlo.
Parece sencillo pero no lo es.
Y no es fácil porque nos cuesta hacer escucha empática. O lo que es lo mismo, escuchar con atención las palabras y los sentimientos de los demás demostrando que realmente nos importa. Y sobre todo con la paciencia necesaria para escuchar todo el mensaje sin interrumpir.
¿Te suenan estas expresiones?
Cuando alguien nos cuenta sus preocupaciones a veces respondemos así. Pero esas no son respuestas empáticas. Restar importancia a lo que siente el otro no es ponerse en su lugar. Y menos aún interrumpirle y aprovechar a contarle nuestra propia carga (“Sí, eso mismo me pasó a mí…“)
Ya ves que no siempre estamos acertados cuando escuchamos las inquietudes de los demás. Pero afortunadamente la empatía es una habilidad que como cualquier otra la podemos trabajar y mejorar. Dedicando tiempo a los demás, siendo más observadores, más receptivos y mejores oyentes. Con un poco de esfuerzo, el objetivo de ser empáticos de forma espontánea y desinteresada está al alcance de la mano.
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“Cuando llega el tiempo en que se podría, ha pasado en el que se pudo.”
Marie Von EBNER
Últimamente con cada post, artículo intento hacer algo diferente y a su vez correlativo con lo anterior, cosa que me dice hacer y decir no a muchas cosas, tareas y acciones que me vienen a la cabeza o en mí día a día, por lo que hoy invito a la reflexión.
La semana pasada os hablaba sobre la impaciencia, cómo además una de las causas del estrés. A lo largo de nuestras vidas, hay algo en nosotros que muchas veces nos provocado ciertos estados de ánimo que no nos dejan descansar.
Hay una razón por la que muchos de nosotros terminamos cansados, estresados, quemados y sobre todo con sobrecargas de trabajo. Aunque se nos enseña lo largo de nuestras vidas cómo hacer felices a los demás, a través de nuestras palabras y acciones, ese mismo tipo de educación rara vez se extiende para ayudarnos a cuidar nuestras necesidades propias, objetivos, prioridades. A aprender a tener un reconocimiento de nuestras propias acciones. (Hablando tanto en entornos de empresa como en nuestra vida).
Como resultado de ello, decimos “Sí”, siempre con él “Si” que sale sin pensar de nuestra boca, para asumir tareas adicionales en el trabajo – incluso cuando estamos agobiados con otros trabajos o tareas qué también estamos llevando a cabo durante el día o en el mismo momento. Decimos “Sí” para estar en las reuniones familiares, sociales, en fiestas, en reuniones de trabajo a menudo improductivas, en la asistencia de eventos, etc., simplemente porque no podemos soportar decepcionar a a las personas que nos invitan a participar.
Podemos incluso decir “Sí” a las obligaciones familiares que de un modo u otro no llegamos hacer nada, además de producir en nuestros sensaciones negativas en nuestros limitados recursos y su vez nos causan un estrés excesivo – todo porque no hemos descubierto la manera de decir “No” de forma ¡efectiva!
Bueno, ¡Pongamos nuestros pies en el suelo! De aquí en adelante, vamos a decir “no” cuando nos necesiten. De hecho, por lo general encontraremos que decir “no” cuando se nos necesita a su vez nos permite decir “Sí” a las cosas correctas, a las cosas importantes de hacer, lo que realmente es ayudar, lo que hace que si colaboramos o asentamos con la cabeza, es porque creemos desde nuestro racionamiento que es lo correcto e importante de hacer. Esto produce en nosotros un ahorro de tiempo y energía, los cuales los podemos dirigir hacía la alineación de nuestros objetivos deseados, o los objetivos del conjunto de la empresa.
Por supuesto, no es tan simple como que acabamos de empezar a decir “No”, después de toda una vida de estar complaciendo a la gente de nuestro alrededor. Por lo que a veces cambiar este hábito puede que necesitemos un poco más de tiempo, de práctica, para encontrar la manera de rechazar situaciones y expectativas que los demás necesitan de nosotros, con cierta gracia, educación y soltura. Así que si la idea de decir “no” nos hace sentir más incómodos a menudo, tomemos las siguientes medidas con el fin que aprendamos a llevar a cabo con eficacia, nuestras tareas:
Antes de ver cómo vamos a decir “no” más a menudo, es importante que entendamos porqué esto puede empezar siendo un problema en primer lugar, así como llegamos a indicar nuestras prioridades internas y externas, con las que vivimos a menudo en nuestras vidas, en el trabajo.
El problema con decir “sí” a todo lo que se requiere un tiempo que podría ser mejor aprovechado por las principales prioridades que establecemos o que nos establecen (En casos cómo en el trabajo, una situación familiar, etc.). Por ejemplo, tomemos una situación en la que nos han dicho en varias ocasiones a participar en la organización de una fiesta, una reunión en la cual realmente no queremos ni ir, dado que en las anteriores no nos ha aportado nada y realmente ha sido una pérdida de tiempo para nosotros mismo. Si nosotros tenemos una causa en particular que nos preocupa más que mero hecho de asistir o apoyar, diciendo “Sí” a este hecho, oportunidad, significa que en realidad queremos decir “No” a lo que realmente creemos. Como resultado de ello, nuestras acciones caen fuera de línea con nuestros valores, que nos llevan a generar un malestar general.
Realmente, cualquier momento de comprometernos con algo, lo estamos haciendo a expensas de tener una oportunidad nueva o algo que haga el llamado causa- efecto- consecuencia. Un ejemplo trasladado al mundo laboral se puede dar incluso asumiendo nuevos proyectos en el trabajo podría significar la pérdida de vapor en iniciativas que son más importantes para el éxito general de la compañía.
Este concepto se llama el “coste o costo de oportunidad” de experiencias perdidas, y es un componente importante en la comprensión de por qué es importante decir “No” en ciertas situaciones con el fin de liberar tiempo para las prioridades más altas.
Para ello necesitamos aprender a usar los costes/costos de oportunidad para así tener nuestra propia ventaja, empecemos por hacer una lista de nuestros principales valores y prioridades (por ejemplo, nuestra carrera, nuestra situación financiera, nuestras relaciones con nuestros familiares, pareja, amigos, amistades, etc.). A continuación, seleccionemos de 3 a 5 los mejores valores de nuestra lista que más nos importa. En el futuro, sopesaremos las solicitudes de nuestro tiempo o dinero en contra de estas prioridades y consideraremos si diciendo “No” apoyan o no a nuestros valores más importantes.
Paso # 2 – Identificamos las áreas donde nosotros estamos estresados.
Al mismo tiempo, tratemos de identificar cualquier fuente de exceso de estrés en nuestra vida, como la sensación de estrés a menudo puede ayudarnos en darnos una pista de las situaciones que no están sirviendo a nuestros mejores valores. Os hablaba de la impaciencia en nuestras vidas, y los efectos que esta puede acarrear tanto en nosotros como a nuestro alrededor.
A modo de ejemplo, supongamos que nosotros hacemos un inventario de nuestra vida actual y encontraremos que la cantidad de viajes requeridos por nuestro trabajo nos está alejando de nuestros amigos y miembros de la familia – dos prioridades que hemos identificado como valores superiores de nuestra vida en nuestra carrera. La cantidad de estrés que nos hace sentir a causa de esta situación es indicativa de las áreas que has dicho “Sí” cuando deberíamos haber dicho “No”.
Por supuesto, nuestros puntos de tensión no necesitan ser bastante grandes. Incluso algo tan simple como una fiesta en la que nos sintamos obligado a asistir cuando nosotros no deseamos ir, esto podría indicarnos prioridades fuera de lugar. No entremos en pánico sobre la búsqueda de estas instancias de valores fuera de la orden en nuestra vida – simplemente los podemos usar como oportunidades de aprendizaje para realizar actividades, asistir a reuniones, eventos que se acercan más en la línea de nuestras prioridades e intereses que hemos establecido en nosotros mismos en el futuro.
Paso # 3 – Digamos “No” para situaciones de poca importancia o inversión de tiempo.
Pasos # 1 y # 2 durante este proceso, ya hemos cubierto los dos pasos, por lo que encontraremos las maneras de identificar las situaciones que causan estrés excesivo en nuestras vida como resultado de nuestro costo o coste de oportunidad desproporcionada. Desafortunadamente, este trabajo de investigación fue la parte fácil – ahora nosotros vamos a mirar de ponernos hacer algo al respecto.
Si la idea de decirle a nuestros superiores que por ejemplo deseamos viajar menos (o hacer otros cambios importantes en las cosas que hemos marcado como las prioridades en nuestra vida) puede que nos encontremos en una situación complicada por no decir abrumadora, empecemos por decir “No” en situaciones que para nosotros represente poco esfuerzo para construir nuestra confianza en esta área.
Decir “No” a una reunión que no deseamos asistir, por ejemplo, será mucho más fácil que decirle a nuestra familia padres que no vamos a casa para las fiestas. Tratemos de acumular al menos un par de “No” gana bajo su cinturón antes de abordar las cuestiones más importantes en nuestra vida. Con el tiempo y con la práctica, nosotros encontraremos más fácil decir “No” a las cosas que están nos están sacando el tiempo de nuestros principales valores y decir “Sí” a las prioridades que realmente importan.
Hay veces que ir haciendo cambios pequeños en nuestras vidas, trabajo, etc. Pueden llevar a efectuar una mejor productividad en nosotros mismos, marcando siempre tanto nuestras prioridades como las prioridades requeridas en un entorno de trabajo.
¿Cuántas veces hemos dicho “Si” en que vamos a hacer algo, que realmente no sirve ni para ayudar a esa persona?, sino que le decimos si, cuando en realidad, lo que vamos hacer es hacerle todo el trabajo. Cuando le hubiéramos dicho “No” y hubiéramos podido realizar otras cosas totalmente diferentes y con prioridades diferentes. Nunca es tarde pero tampoco encontramos el momento.
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Cuando hablamos de “ser productivos” lo asociamos con la idea de hacer “más con menos”, de optimizar nuestras energías y recursos para hacer más cosas y mejor. Muchas veces este concepto nos seduce y a la vez nos estresa.
Para producir una tarea o proyecto, “en teoría” solo hay que transformar nuestra energía potencial en energía de acción. Pero el reto de la máxima productividad estaría en saber la cantidad idónea exacta de energía potencial que es preciso consumir para cada acción y si esta acción es realmente necesaria y además, si se hace en el momento adecuado. Afortunadamente a diferencia de las máquinas, los humanos carecemos de la fórmula matemática que nos indique, de forma exacta, cuál es el rendimiento máximo que podemos obtener en cada una de nuestras actuaciones. No quedamos amortizados con el tiempo (aunque sí obsoletos si no espabilamos) y nuestra razón de ser va más allá de la productividad.
GTD nos ofrece herramientas muy potentes. Nos da control y perspectiva, cosa inédita en un sistema de productividad, pero el secreto de su efectividad es que tiene como principal objetivo controlar uno de los factores que influyen más en nuestro rendimiento: el estrés.
Goleman (2006: 366) en su gráfico de la U invertida nos señala en la cúspide de la figura el nivel óptimo de rendimiento. Si los retos son leves sentimos apatía y aburrimiento y por el contrario si los retos son demasiado abrumadores o arriesgados sentimos estrés o miedo. En ambos casos el rendimiento será muy bajo. El rendimiento óptimo se da en el punto donde se intersectan la dificultad por la tarea y nuestra capacidad de responder adecuadamente.
La motivación y los estados de ánimo positivos facilitan nuestra productividad. Para obtener un rendimiento óptimo, además de controlar nuestro estrés, hay que:
Dar sentido
Trabajar duro picando piedra no es lo mismo que trabajar duro para construir una catedral. La perspectiva cambia cuando se le da un sentido mayor a la acción.
Disfrutar
Meterse de lleno en lo que se hace. Fluir. Persona y acción se involucran de forma conjunta como si fueran un todo.
Vivir en el presente
No instalarse ni regodearse en los éxitos ni fracasos del pasado. Aprender de ellos para la planificación de nuevos proyectos y actuar.
Archivar cuestiones
Una vez concluida una tarea conviene apartarla de la mente y continuar activos.
Creatividad
Intentar la resolución de conflictos y proyectos desde varios prismas. Visualizar nuevas perspectivas nos puede llevar a resultados más óptimos y diferenciadores.
No a la parálisis por análisis
Hay que estar dispuesto a correr algún riesgo. Si esperas conocer todos los considerandos posibles, quizás no llegues a empezar nunca.
Aprender de los errores
Los errores con frecuencia nos dan mucha información de cómo mejorar nuestra actuación. Hay que prever pero no evitarlos a toda costa.
¿Por qué no?
Ninguna actuación es perfecta desde el principio. La practica es la mejor aliada para realizar bien una tarea. No te pongas trabas y decídete a comenzar. Prueba de hacer cosas que nunca has hecho. Quizás te sorprendas.
Que tengáis un buen día
Montse
Fuente: Buenhabit, por Montse Vila. Post original aquí.
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Emprendedores: ¿Cómo seguir trabajando sin matar la creatividad? Por: Antonio Salgado. Pulso Social.
Luego de unas vacaciones mas o menos movidas hay que regresar al trabajo y continuar con las rutinas, algunas de estas rutinas son maratones de trabajo que por lo regular tienden a desgastarnos tanto que al fin de la primera semana de vuelta al trabajo, necesitamos urgentemente otras vacaciones para podernos reponer y seguir rindiendo.
Para algunos otros son solamente ocho horas y lo que hayas podido hacer, por lo que el estrés es similar a estar doce horas frente a una computadora en un lugar cerrado.
En este punto los emprendedores la tienen más difícil: por lo general sus horarios de trabajo son más extendidos que los de un colaborador, sus tareas son multitasking, la comunicación disruptiva y el nivel de estrés por crecer rápidamente pone a prueba algo más que su talento.
Estas jornadas tan largas no solo tienden a cobrar las facturas físicas de cansancio, también tienden a acabar pronto con la motivación y productividad de la gente porque las preocupaciones laborales no se quedan junto con el ordenador, el escritorio y el edificio, se van con uno a casa, a la mesa a cenar con nosotros y también a dormir.
Sobre este tema, el emprendedor argentino Rodrigo Teijeiro, fundador de Fnbox y reconocido por el MIT como uno de los emprendedores sub35 más innovadores de la región, indica al importancia de vivir en balance del ser humano: ” trabajar sí, pero familia, amigos y deporte también. El emprendedor no se desespera si tiene su cable a tierra.” Te recomiendo ver su charla.
Las dinámicas de trabajo que son tan largas y tan pesadas van generando o transformando en el tiempo en el que transcurre la semana a personas altamente irritables, apáticas, depresivas, ansiosas y con achaques de salud como frecuentes dolores de cabeza y estomacales debido al estrés.
Ya he escrito que hacer como empleado o emprendedor y que pasas mucho tiempo sentado trabajando y que por convicción pasas jornadas de por lo menos doce o diez y seis horas creando, trabajando, organizando entre otras actividades.
De las cosas que puede hacer para mantener la energía que va a permitirte mantener la motivación en alta son las siguientes:
1. Descansa bien por las noches, procura no pensar en lo que tienes que hacer al día siguiente, para eso están las agendas.
2. Desayuna bien, el desayuno provee la mayor parte de la energía que consumes durante el día o al menos de la parte más pesada de él.
3. Toma descansos cada x horas, pero toma descansos de 10 o 15 minutos, tanto tiempo de concentración en un solo tema es desgastante y mata la creatividad.
4. Hacer To-Do-Lists normalmente es estresante, escribe pocas tareas y que las que escribas sean las más importantes dentro de todo lo importante que tienes por hacer que no has hecho y que necesita atención que no pueden ser más de diez cosas.
5. Mantente energizado (no, el puerto usb de la compu no es suficiente), bebe cafeína con moderación, mantente hidratado y come saludable.
6. Relájate después de trabajar y antes de regresar a casa, toma un descanso ligero y realiza alguna actividad que disfrutes como jugar, leer, etc. la idea es que sea antes de regresar a casa para que puedas separar tu yo laboral del yo regular de casa o personal.
7. Cuida tu salud, haz ejercicio de manera regular aunque no sea necesariamente ir al Gym o nadar, caminar del transporte a tu casa o trabajo no es ejercicio, tampoco cuenta correr detrás del transporte.
8. Trata de mantener un sentido de “vida después del trabajo” si no, el trabajo va a ser tu vida y la creatividad muere con ello, busca que hacer luego del trabajo.
Si existe la vida después del trabajo, pero más importante, todo esto es lo que va a mantenerte motivado, contento con lo que haces, creativo, proactivo y sobre todo, ves mejor las soluciones a los problemas del día a día.
Antonio Salgado. Ph.D. in computer sciences, neurosciences and brand psychologist, he’s the R&D/CMO at Koers Idea Center, Education community director at the Social media club México.Partner at D4DR.tv. Instructor and collaborator at Mindwave and Mamá Digital. Proud Dad.
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3 efectos de la Inteligencia Emocional sobre tu comportamiento. Por Jennifer Delgado. Rincón de la Psicología.
Desde que en 1995 Daniel Goleman popularizase la Inteligencia Emocional, muchos estudios se han realizado para intentar desvelar el alcance de este concepto. Una de las investigaciones más interesantes se llevó a cabo en Oriente Medio e incluyó a más de 400 directivos que desempeñaban diferentes cargos dentro de sus organizaciones.
Los investigadores concluyeron que la Inteligencia Emocional podía predecir con una fiabilidad del 58% las probabilidades de tener éxito en la carrera profesional.
Otro estudio realizado en Canadá con 372 estudiantes universitarios, constató que el 80% de los alumnos que habían alcanzado buenas calificaciones también tenían una elevada Inteligencia Emocional.
Sin embargo, el hecho de que la Inteligencia Emocional esté vinculada al éxito y, de cierta forma, lo facilite, es tan solo una de las múltiples repercusiones de esta competencia ya que en realidad sus tentáculos se alargan a muchas otras esferas de nuestra vida e inciden en nuestro comportamiento.
¿Cómo influye la Inteligencia Emocional en nuestro día a día?
1. Nos ayuda a tomar mejores decisiones
Las emociones pueden sernos de gran ayuda cuando nos enfrentamos a un problema ya que pueden advertirnos de un peligro y hacernos asumir una postura más cauta. Sin embargo, a veces se convierten en un obstáculo, sobre todo cuando no guardan relación con la situación que debemos enfrentar. No obstante, la Inteligencia Emocional nos ayuda a tomar mejores decisiones, así lo desveló un estudio realizado en las universidades deYale y Toronto.
Estos investigadores idearon un experimento muy curioso: hicieron que algunas personas se sintieran ansiosas al pedirles que prepararan un discurso improvisado. Luego, les preguntaron si estarían dispuestas a apoyar un proyecto de una clínica de salud.
Los resultados mostraron que las personas con mayor Inteligencia Emocional eran más conscientes de que la ansiedad que experimentaban no estaba relacionada con la decisión que debían tomar. Por eso, el 66% dio su apoyo al proyecto pero solo el 7% de quienes tenían una escasa Inteligencia Emocional lo dieron.
Lo que sucede es que, al contrario de la creencia popular, una buena toma de decisiones no implica eliminar las emociones porque estas también son una fuente de información ya que actúan como marcadores somáticos. La clave está en descubrir de dónde provienen esas emociones, qué las causa y saber cómo pueden influir en nuestra percepción del problema.
2. Nos hace confiar en los demás
Aunque en los últimos años la desconfianza se ha puesto de moda y ha llegado a instaurarse como un patrón de comportamiento social, lo cierto es que confiar en los demás tiene múltiples beneficios. Se conoce que la confianza no solo nos hace más felices e incrementa nuestro nivel de satisfacción sino que también está vinculada a una mejor salud física y a una mayor propensión a emprender nuevos proyectos.
Ahora un estudio realizado en la Universidad de Oxford nos desvela que las personas con Inteligencia Emocional tienden a confiar más en los demás. Estos investigadores están convencidos de que la clave se encuentra en su capacidad para empatizar y detectar con rapidez las características más positivas de las personas con las cuales se relacionan. ¿Por qué?
Por una parte, la Inteligencia Emocional les ayuda a formarse una imagen bastante precisa de la persona que tienen frente y esto les ayuda a minimizar la incertidumbre permitiéndoles adoptar una actitud más abierta. Por otra parte, la Inteligencia Emocional también implica cierto grado de autoconfianza, la cual, indiscutiblemente, se proyecta sobre los demás.
3. Disminuye el estrés
Numerosos estudios han encontrado una correlación positiva entre la Inteligencia Emocional y niveles de estrés más bajos. Por ejemplo, investigadores de la Universidad de Cincinnati reclutaron a 200 personas y las sometieron a diferentes tareas que generaban distintos grados de estrés. Así pudieron apreciar que quienes tenían una mayor Inteligencia Emocional también se estresaban menos. La clave radica en que estas personas ponen en práctica estrategias de manejo del estrés muy efectivas que le permiten regular la intensidad de las emociones negativas y controlar sus efectos.
Un estudio aún más interesante realizado en la Universidad de Yale fue un paso más allá para descubrir cómo responde el organismo de las personas emocionalmente inteligentes ante el estrés. En esta ocasión los investigadores pudieron notar que incluso ante situaciones estresantes, estas personas presentaban niveles más bajos de cortisol (la hormona del estrés) y una presión arterial más baja.
Esto nos indica que enfrentar los conflictos y problemas recurriendo a la Inteligencia Emocional realmente nos ayuda a paliar los efectos del estrés, incluso a nivel físico y aunque no seamos conscientes de ello.
¿La Inteligencia Emocional se puede desarrollar?
La Inteligencia Emocional es un conjunto de competencias que nos permiten reconocer y regular tanto nuestras emociones como las de los demás. Eso implica que no se trata de una habilidad innata sino que se puede desarrollar a lo largo de la vida. De hecho, existen cursos de Inteligencia Emocional en los cuales se trabajan diferentes habilidades. Lo mejor de todo es que con estos talleres no solo se logran resultados muy rápidos sino que estos son estables a lo largo del tiempo.
No obstante, si decides apostar por alguno de estos cursos, será mejor que te cerciores de que son impartidos por una universidad o centro psicológico acreditado ya que estos temas son pasto fácil de los gurús que promueven recetas facilonas y sin fundamento científico.
La mayoría de estos cursos le dedican algunas horas al análisis del concepto de Inteligencia Emocional y sus pilares fundamentales para después pasar a las actividades prácticas, donde te enseñarán a detectar tus emociones y sus causas así como a manejarlas para sacarles el máximo provecho. Desde el punto de vista social, se trabaja la empatía y la capacidad para enfrentar los conflictos sin que las emociones negativas se desborden.
Fuentes:
Carl, N. & Billari, F. C. (2014) Generalized Trust and Intelligence in the United States. PlosOne; 9(3).
Freedman, J.; Morrison, J. & Olsson, A. (2010)Leadership Success and Emotional Intelligence in theMiddle East.6 Seconds.
Gerald, M. et. Al. (2006) Emotional intelligence, personality, and task-induced stress. Journal of Experimental Psychology: Applied; 12(2): 96-107.
Parker, J. et. Al. (2004) Emotional intelligence and academic success: examining the transition from high school to university. Personality and Individual Differences; 36(1): 163-172.
Salovey, P. et. Al. (2002) Perceived Emotional Intelligence, Stress Reactivity, and Symptom Reports: Further Explorations Using the Trait Meta-Mood Scale.Psychology & Health; 17(5): 611-627.
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