¿Te ha pasado alguna vez estar **tan abrumado por la cantidad de decisiones que tienes que tomar y por la cantidad de información que tienes que procesar, que sencillamente sientes que no puedes moverte en ninguna dirección? Ese estado, que acaba con tu productividad y consume todos los recursos de tu cerebro, se denomina parálisis por análisis.
La parálisis por análisis es un antipatrón derivado del estado sobre-analizar una determinada situación hasta el punto en que no se toma ninguna decisión, paralizando así cualquier resultado. Hablamos de antipatrones como respuestas a problemas recurrentes que resultan inefectivas y antiproductivas. La parálisis por análisis sucede cuando nos aproximamos a una situación determinada en tal nivel de detalle que la situación se vuelve mucho más complicada**, conteniendo una cantidad innumerable de posibles decisiones.
Costo de oportunidad
En economía se denomina “costo de oportunidad” al valor de la alternativa a la cual renunciamos cuando tomamos una decisión, en los casos en los que tomamos decisiones entre alternativas mutuamente excluyentes en contextos de recursos limitados. Es decir, si estamos en una encrucijada y decidimos tomar uno de los dos caminos posibles, el costo de oportunidad es el beneficio potencial no percibido de haber elegido el otro camino.
En contextos reales, la mayoría de las decisiones que tomamos presentan un costo de oportunidad, y aunque no lo pensemos en estos términos, es esa infinidad de pequeñas renuncias lo que nos hace tan difícil tomar ciertas elecciones. Por otra parte, nunca antes hemos tenido acceso a tanta información para tomar estas decisiones, pero esto no lo facilita, sino que nos encierra en un bucle infinito de búsqueda de información adicional, ya que creemos que las decisiones lo más informadas posibles serán mejores decisiones y reducirán el riesgo del costo de las oportunidades perdidas.
Sin embargo, no sólo hay evidencia de que la toma intuitiva de decisiones puede resultar extremadamente útil en ciertos contextos, aprovechando la capacidad de nuestros cerebros de reconocer **patrones de forma no consciente y de manejar cantidades mucho más vastas de información de las que podemos procesar conscientemente, sino que también hay estudios que indican que tener más opciones lleva a una mayor ansiedad, insatisfacción y parálisis.
Nuestra memoria de trabajo, según parece, es lo que nos permite enfocarnos en las cosas que tenemos que hacer en un momento determinado y evitar distracciones irrelevantes, pero su capacidad es limitada. Si la llenamos de información, generando ansiedad y presión, al momento de en el que necesita tomar decisiones, esos pensamientos ocupan parte de la memoria que necesitamos usar para llevar a cabo las tareas, de la misma forma en que tener abiertas 543 pestañas del navegador consume la memoria RAM de tu equipo.
Por último, resulta al mismo tiempo apasionante y preocupante pensar que nuestra fuerza de voluntad para tomar las decisiones correctas es limitada. Cada elección que hacemos, empezando por qué desayunar y qué ropa ponernos en la mañana, consume parte de un fondo limitado de fuerza de voluntad, dando lugar a lo que los sicólogos denominan fatiga de decisiones: la razón por la cual es tan difícil no sucumbir a un pedazo de pastel a las cinco de la tarde.
Para no quedarnos atorados en el agujero sin fondo de pensar en exceso y no avanzar, es buena idea tomar las decisiones importantes temprano en la mañana, pero también limitar la cantidad de información que recopilamos antes de tomar acciones. Establecer objetivos claros, fechas límite y criterios definidos para determinar el éxito puede ayudarnos a no caer en la parálisis por análisis, y a que nuestros proyectos no se queden en estado de hibernación indefinidamente**.
Si te ha interesado este post, no olvides dejarnos tus comentarios. También apreciamos que los compartas con tus amigos y contactos en las redes sociales. Muchas gracias.
Hoy os traigo otro curioso efecto en este post titulado “La paradoja de la elección en la estrategia de marketing“.
Barry Schwartz, un reputado psicólogo norteamericano, publicó en 2004 el interesante libro “La paradoja de la elección: Porqué más es menos”.
En esta obra, Schwartz sostiene que la eliminación de algunas opciones de los consumidores puede en gran medida reducir la ansiedad de los compradores.
Para los individuos, la autonomía y la libertad de elección son fundamentales para su bienestar.
A su vez, la elección es fundamental para la libertad y la autonomía.
El autor construye su argumento desde una diversidad de campos de la psicología moderna. De esta manera, se estudia la manera en que la felicidad se ve afectada por el éxito o el fracaso a la hora de lograr el objetivo.
La paradoja de la elección está llena de curiosidades
Actualmente, aceptamos como argumento que a mayor número de opciones disponibles para elegir, tendremos mayor libertad y, por tanto, mayor felicidad.
Pero no todo el mundo está de acuerdo con este planteamiento. Es cierto que tener un gran abanico de posibilidades de elección nos permite sentirnos más felices.
Aunque a partir de cierto punto, esa amplia posibilidad de elegir puede jugar en nuestra contra.
El primer impacto que sufrimos cuando nos enfrentamos a un amplio abanico de posibilidades es que pueda producirse un estado de parálisis por análisis.
¿Qué decisión es la mejor? ¿Y si no elijo la mejor? ¿Me arrepentiré de la decisión tomada?
Es aquí donde aparece otro gran concepto económico y que me encanta: el coste de oportunidad.
Un ejemplo ya clásico es el del estudio que realizó Sheena S. Iyengar, profesora de la Universidad de Columbia.
En su experimento desarrollado en un supermercado, los potenciales clientes se paraban frecuentemente ante un lugar que se mostraba lleno de múltiples clases de mermeladas exóticas.
Sin embargo, el porcentaje de clientes que finalmente compraba alguna de ellas fue mucho menor que en el caso de un mostrador con menos opciones disponibles.
El hecho de que el consumidor no se viera impactado por tantas opciones en el lugar donde estaban las simples propuestas funcionaba mejor.
Publicado en Francisco Torreblanca. Post original aquí.
Si te ha interesado este post, no olvides dejarnos tus comentarios. También apreciamos que los compartas con tus amigos y contactos en las redes sociales. Muchas gracias.
¿Te resulta familiar alguna de las siguientes situaciones?
Llevo 2 años estudiando Ingeniería Informática y no me gusta nada la carrera. Pero ya que he empezado, la voy a terminar.
Compré ese vestido hace 5 años y sólo me lo he puesto una vez, pero me costó 200 euros y no pienso venderlo por 20 aunque ya no lo use.
Nuestro proyecto no funciona, pero como invertimos 5.000 euros no podemos abandonar. Hay que poner todavía más pasta para intentar resucitarlo.
Me he enterado de que mi novia me estaba poniendo los cuernos, pero la he perdonado porque llevamos 6 años juntos y no podemos acabar así.
Se trata de ejemplos de la llamada ‘falacia del costo hundido’ (sunk cost fallacy), ‘falacia de las pérdidas imborrables’ o ‘falacia del costo irrecuperable’, un sesgo cognitivo que tenemos todos los seres humanos y que a veces nos hace tomar decisiones que no nos convienen.
En el post de hoy quiero explicarte en qué consiste exactamente este fenómeno, ya que aunque a primera vista parezca inofensivo, en la práctica puede hacer que pases demasiado tiempo en un empleo que odias, una relación que no te llena o en un proyecto que no funciona.
¿Qué es un costo hundido?
Hace unos meses empecé un proyecto online con mi hermano Guillermo. Nos pareció una buena oportunidad y decidimos apostar fuerte por él para intentar sacarlo adelante.
Aunque la cosa empezó relativamente bien, con ganancias cercanas a los 1.000 euros mensuales, los gastos también eran muy altos y el negocio no acababa de ser rentable.
Llegamos a un punto en que habíamos invertido más de 5.000 euros y habíamos ingresado menos de 2.000, y la situación no tenía pinta de mejorar. Para colmo, una penalización de Facebook –que es todavía menos transparente que Google– hizo que nuestras pequeñas ganancias se desplomaran.
Era el momento de aceptar que nuestra idea no había funcionado, asumir pérdidas y pasar a otra cosa.
***
Un costo hundido es un gasto que tuvo lugar en el pasado y que ya no se puede recuperar. En el caso anterior, los más de 5.000 euros que invertimos mi hermano y yo en anuncios de Facebook y en contratar personal son ejemplos de costo hundido porque ese dinero está ya en las cuentas de la compañía de Mark Zuckerberg y nunca más lo volveremos a ver.
Lo que hace interesante a los costos hundidos no es el gasto en sí, que no tiene nada de especial, sino cómo te afecta a la hora de tomar decisiones.
Cuando una decisión del pasado determina tu visión del futuro
A las pocas semanas de haber perdido la fe en nuestro proyecto, recibimos un e-mail de un chico holandés que quería comprarnos la web. Después de varios correos discutiendo el precio, nos hizo una oferta final de 1.500 euros.
Yo le dije a mi hermano que la aceptase. No íbamos a recuperar la inversión que habíamos hecho, pero al menos reduciríamos ligeramente las pérdidas.
Sin embargo, él se negó. “Ángel”, me dijo. “Nos hemos gastado más de 5.000 euros en este proyecto, así que si vendemos la página tiene que ser por ese precio”.
***
Cuanto más recursos inviertes en un proyecto (un negocio, una relación, una carrera universitaria…), más te atas a él emocionalmente y más te cuesta abandonarlo.
A la hora de decidir si vender o no vender la web, mi hermano tuvo en cuenta el dinero que había invertido en ella a pesar de ser un dato irrelevante, ya que no iba a poder recuperarlo.
Una persona racional sólo habría considerado los gastos y beneficios futuros para determinar si le convenía aceptar la oferta del comprador. Sin embargo, Guillermo prefirió no vender a pesar de que sabía que era muy poco probable que la página se recuperase, principalmente porque ni él ni yo teníamos tiempo –ni ganas– para ponernos en serio con ello.
Mi hermano había sido víctima de la falacia del costo hundido.
Predeciblemente irracionales
A los seres humanos nos afecta la falacia del costo hundido porque no nos gusta perder. Lo odiamos. Y abandonar un proyecto en el que has invertido una gran cantidad de tiempo, energía y/o dinero significa asumir que nunca más recuperarás esos recursos. ¡Ouch!
Como no queremos aceptar la realidad, preferimos ponernos una venda en los ojos y comportarnos de forma irracional. Más concretamente, nos volvemos demasiado:
Cabezones. No queremos aceptar que hemos fracasado y nos negamos a abandonar. Es el clásico: “Llevo dos años trabajando en este proyecto día y noche y todavía no ha generado beneficios ni tiene pinta de hacerlo. ¡Pero por mis santos cojones que lo voy a sacar adelante aunque tenga que dejarme la piel!”
Optimistas. Sobrestimamos los beneficios que nos va a reportar el proyecto en cuestión. “Llevamos un año durmiendo en camas separadas, pero es un bache normal en cualquier relación. Seguro que se nos pasa y que dentro de poco volvemos a estar igual de enamorados que siete años atrás.”
Actuar así es parte de nuestra naturaleza. No podemos evitarlo. Por eso es tan difícil no dejarse influir por los costos hundidos.
El problema es que esto no nos beneficia. Nos hace tomar decisiones erróneas, o peor aun: bloquearnos durante años sin hacer nada a pesar de estar en un callejón sin salida. Es la causa del “más vale malo conocido que bueno por conocer”.
¿Qué podemos hacer al respecto?
Cómo defenderse de la falacia del costo hundido
Estas son algunas recomendaciones para evitar caer en la falacia del costo hundido:
Sé consciente de cómo te afectan los costos hundidos a la hora de tomar una decisión. No vas a poder cambiar cómo te sientes, pero sí que puedes detectar cuándo estás siendo irracional y actuar de una manera más beneficiosa, aunque tu instinto te diga lo contrario (sí, nuestro instinto a veces se equivoca)
Busca siempre el lado positivo. Aunque hayas invertido muchos recursos y ya no puedas recuperarlos, seguro que has aprendido algo valioso por el camino. Cuando cambias de carrera a los dos años, no has tirado dos años a la basura. Has hecho buenos amigos, te has divertido y has adquirido conocimientos que podrás utilizar en el futuro. Viendo así las cosas, quizá te sea menos doloroso abandonar
Pídele su opinión a alguien de confianza que no esté emocionalmente involucrado en la decisión, y que por lo tanto pueda pensar de una manera más racional
Si mi hermano Guillermo hubiese sabido todo esto cuando recibió la oferta por la web, podría haber detectado que el fuerte instinto que le animaba a no vender era fruto de la falacia del costo hundido.
En vez de dejarse llevar por ese impulso, habría analizado la situación fríamente y habría llegado a la conclusión de que, dadas las circunstancias, el proyecto no iba a dar beneficios y lo mejor era recuperar 1.500 euros. Es cierto que habría perdido bastante dinero, pero también había aprendido valiosas lecciones de cara al futuro.
Una vez liquidada la página, sus preocupaciones y responsabilidades serían menores, y podría dedicar todo su tiempo y recursos a otros proyectos más provechosos.
Abandonar es de valientes
Dice Seth Godin en su fantástico libro The Dip que si una situación no va a mejorar a pesar de que inviertas más tiempo, dinero o energía, entonces lo mejor es abandonar (sin importar cuántos recursos lleves invertidos hasta el momento).
Yo estoy de acuerdo con él. Si estás cavando un agujero y te das cuenta de que has elegido el lugar equivocado, ¡no hagas el agujero más grande! Lo mejor es que dejes de picar y salgas de allí cuanto antes, porque cuanto más lo pospongas más te costará regresar a la superficie.
No olvides que toda acción tiene un coste de oportunidad. Si te encabezonas con una carrera que no te gusta, una relación que no funciona o un proyecto que no va a ninguna parte, estás renunciando a la oportunidad de estudiar algo que te apasione, encontrar el amor de tu vida o empezar un proyecto que te haga millonario.
La vida es demasiado corta para malgastar tu tiempo en un callejón sin salida. Acepta el error, asume pérdidas y pasa página. El futuro está lleno de experiencias y momentos maravillosos por descubrir.
###
¿Recuerdas alguna ocasión en la que te dejaste llevar por la falacia del costo hundido? Compártela con nosotros en los comentarios 🙂
La foto es en Plaza España, uno de mis rincones favoritos de Sevilla.
Si te ha interesado este post, no olvides dejarnos tus comentarios. También apreciamos que los compartas con tus amigos y contactos en las redes sociales. Muchas gracias.
¿Te ha pasado alguna vez estar tan abrumado por la cantidad de decisiones que tienes que tomar y por la cantidad de información que tienes que procesar, que sencillamente sientes que no puedes moverte en ninguna dirección? Ese estado, que acaba con tu productividad y consume todos los recursos de tu cerebro, se denomina parálisis por análisis.
La parálisis por análisis es un antipatrón derivado del estado sobre-analizar una determinada situación hasta el punto en que no se toma ninguna decisión, paralizando así cualquier resultado. Hablamos de antipatrones como respuestas a problemas recurrentes que resultan inefectivas y antiproductivas. La parálisis por análisis sucede cuando nos aproximamos a una situación determinada en tal nivel de detalle que la situación se vuelve mucho más complicada, conteniendo una cantidad innumerable de posibles decisiones.
Costo de oportunidad
En economía se denomina “costo de oportunidad” al valor de la alternativa a la cual renunciamos cuando tomamos una decisión, en los casos en los que tomamos decisiones entre alternativas mutuamente excluyentes en contextos de recursos limitados. Es decir, si estamos en una encrucijada y decidimos tomar uno de los dos caminos posibles, el costo de oportunidad es el beneficio potencial no percibido de haber elegido el otro camino.
En contextos reales, la mayoría de las decisiones que tomamos presentan un costo de oportunidad, y aunque no lo pensemos en estos términos, es esa infinidad de pequeñas renuncias lo que nos hace tan difícil tomar ciertas elecciones. Por otra parte, nunca antes hemos tenido acceso a tanta información para tomar estas decisiones, pero esto no lo facilita, sino que nos encierra en un bucle infinito de búsqueda de información adicional, ya que creemos que las decisiones lo más informadas posibles serán mejores decisiones y reducirán el riesgo del costo de las oportunidades perdidas.
Sin embargo, no sólo hay evidencia de que la toma intuitiva de decisiones puede resultar extremadamente útil en ciertos contextos, aprovechando la capacidad de nuestros cerebros de reconocer patrones de forma no consciente y de manejar cantidades mucho más vastas de información de las que podemos procesar conscientemente, sino que también hay estudios que indican que tener más opciones lleva a una mayor ansiedad, insatisfacción y parálisis.
Nuestra memoria de trabajo, según parece, es lo que nos permite enfocarnos en las cosas que tenemos que hacer en un momento determinado y evitar distracciones irrelevantes, pero su capacidad es limitada. Si la llenamos de información, generando ansiedad y presión, al momento de en el que necesita tomar decisiones, esos pensamientos ocupan parte de la memoria que necesitamos usar para llevar a cabo las tareas, de la misma forma en que tener abiertas 543 pestañas del navegador consume la memoria RAM de tu equipo.
Por último, resulta al mismo tiempo apasionante y preocupante pensar que nuestra fuerza de voluntad para tomar las decisiones correctas es limitada. Cada elección que hacemos, empezando por qué desayunar y qué ropa ponernos en la mañana, consume parte de un fondo limitado de fuerza de voluntad, dando lugar a lo que los sicólogos denominan fatiga de decisiones: la razón por la cual es tan difícil no sucumbir a un pedazo de pastel a las cinco de la tarde.
Para no quedarnos atorados en el agujero sin fondo de pensar en exceso y no avanzar, es buena idea tomar las decisiones importantes temprano en la mañana, pero también limitar la cantidad de información que recopilamos antes de tomar acciones. Establecer objetivos claros, fechas límite y criterios definidos para determinar el éxito puede ayudarnos a no caer en la parálisis por análisis, y a que nuestros proyectos no se queden en estado de hibernación indefinidamente.
Si te ha interesado este post, no olvides dejarnos tus comentarios. También apreciamos que los compartas con tus amigos y contactos en las redes sociales. Muchas gracias.
Últimamente con cada post, artículo intento hacer algo diferente y a su vez correlativo con lo anterior, cosa que me dice hacer y decir no a muchas cosas, tareas y acciones que me vienen a la cabeza o en mí día a día, por lo que hoy invito a la reflexión.
La semana pasada os hablaba sobre la impaciencia, cómo además una de las causas del estrés. A lo largo de nuestras vidas, hay algo en nosotros que muchas veces nos provocado ciertos estados de ánimo que no nos dejan descansar.
Hay una razón por la que muchos de nosotros terminamos cansados, estresados, quemados y sobre todo con sobrecargas de trabajo. Aunque se nos enseña lo largo de nuestras vidas cómo hacer felices a los demás, a través de nuestras palabras y acciones, ese mismo tipo de educación rara vez se extiende para ayudarnos a cuidar nuestras necesidades propias, objetivos, prioridades. A aprender a tener un reconocimiento de nuestras propias acciones. (Hablando tanto en entornos de empresa como en nuestra vida).
Como resultado de ello, decimos “Sí”, siempre con él “Si” que sale sin pensar de nuestra boca, para asumir tareas adicionales en el trabajo – incluso cuando estamos agobiados con otros trabajos o tareas qué también estamos llevando a cabo durante el día o en el mismo momento. Decimos “Sí” para estar en las reuniones familiares, sociales, en fiestas, en reuniones de trabajo a menudo improductivas, en la asistencia de eventos, etc., simplemente porque no podemos soportar decepcionar a a las personas que nos invitan a participar.
Podemos incluso decir “Sí” a las obligaciones familiares que de un modo u otro no llegamos hacer nada, además de producir en nuestros sensaciones negativas en nuestros limitados recursos y su vez nos causan un estrés excesivo – todo porque no hemos descubierto la manera de decir “No” de forma ¡efectiva!
Bueno, ¡Pongamos nuestros pies en el suelo! De aquí en adelante, vamos a decir “no” cuando nos necesiten. De hecho, por lo general encontraremos que decir “no” cuando se nos necesita a su vez nos permite decir “Sí” a las cosas correctas, a las cosas importantes de hacer, lo que realmente es ayudar, lo que hace que si colaboramos o asentamos con la cabeza, es porque creemos desde nuestro racionamiento que es lo correcto e importante de hacer. Esto produce en nosotros un ahorro de tiempo y energía, los cuales los podemos dirigir hacía la alineación de nuestros objetivos deseados, o los objetivos del conjunto de la empresa.
Por supuesto, no es tan simple como que acabamos de empezar a decir “No”, después de toda una vida de estar complaciendo a la gente de nuestro alrededor. Por lo que a veces cambiar este hábito puede que necesitemos un poco más de tiempo, de práctica, para encontrar la manera de rechazar situaciones y expectativas que los demás necesitan de nosotros, con cierta gracia, educación y soltura. Así que si la idea de decir “no” nos hace sentir más incómodos a menudo, tomemos las siguientes medidas con el fin que aprendamos a llevar a cabo con eficacia, nuestras tareas:
Antes de ver cómo vamos a decir “no” más a menudo, es importante que entendamos porqué esto puede empezar siendo un problema en primer lugar, así como llegamos a indicar nuestras prioridades internas y externas, con las que vivimos a menudo en nuestras vidas, en el trabajo.
El problema con decir “sí” a todo lo que se requiere un tiempo que podría ser mejor aprovechado por las principales prioridades que establecemos o que nos establecen (En casos cómo en el trabajo, una situación familiar, etc.). Por ejemplo, tomemos una situación en la que nos han dicho en varias ocasiones a participar en la organización de una fiesta, una reunión en la cual realmente no queremos ni ir, dado que en las anteriores no nos ha aportado nada y realmente ha sido una pérdida de tiempo para nosotros mismo. Si nosotros tenemos una causa en particular que nos preocupa más que mero hecho de asistir o apoyar, diciendo “Sí” a este hecho, oportunidad, significa que en realidad queremos decir “No” a lo que realmente creemos. Como resultado de ello, nuestras acciones caen fuera de línea con nuestros valores, que nos llevan a generar un malestar general.
Realmente, cualquier momento de comprometernos con algo, lo estamos haciendo a expensas de tener una oportunidad nueva o algo que haga el llamado causa- efecto- consecuencia. Un ejemplo trasladado al mundo laboral se puede dar incluso asumiendo nuevos proyectos en el trabajo podría significar la pérdida de vapor en iniciativas que son más importantes para el éxito general de la compañía.
Este concepto se llama el “coste o costo de oportunidad” de experiencias perdidas, y es un componente importante en la comprensión de por qué es importante decir “No” en ciertas situaciones con el fin de liberar tiempo para las prioridades más altas.
Para ello necesitamos aprender a usar los costes/costos de oportunidad para así tener nuestra propia ventaja, empecemos por hacer una lista de nuestros principales valores y prioridades (por ejemplo, nuestra carrera, nuestra situación financiera, nuestras relaciones con nuestros familiares, pareja, amigos, amistades, etc.). A continuación, seleccionemos de 3 a 5 los mejores valores de nuestra lista que más nos importa. En el futuro, sopesaremos las solicitudes de nuestro tiempo o dinero en contra de estas prioridades y consideraremos si diciendo “No” apoyan o no a nuestros valores más importantes.
Paso # 2 – Identificamos las áreas donde nosotros estamos estresados.
Al mismo tiempo, tratemos de identificar cualquier fuente de exceso de estrés en nuestra vida, como la sensación de estrés a menudo puede ayudarnos en darnos una pista de las situaciones que no están sirviendo a nuestros mejores valores. Os hablaba de la impaciencia en nuestras vidas, y los efectos que esta puede acarrear tanto en nosotros como a nuestro alrededor.
A modo de ejemplo, supongamos que nosotros hacemos un inventario de nuestra vida actual y encontraremos que la cantidad de viajes requeridos por nuestro trabajo nos está alejando de nuestros amigos y miembros de la familia – dos prioridades que hemos identificado como valores superiores de nuestra vida en nuestra carrera. La cantidad de estrés que nos hace sentir a causa de esta situación es indicativa de las áreas que has dicho “Sí” cuando deberíamos haber dicho “No”.
Por supuesto, nuestros puntos de tensión no necesitan ser bastante grandes. Incluso algo tan simple como una fiesta en la que nos sintamos obligado a asistir cuando nosotros no deseamos ir, esto podría indicarnos prioridades fuera de lugar. No entremos en pánico sobre la búsqueda de estas instancias de valores fuera de la orden en nuestra vida – simplemente los podemos usar como oportunidades de aprendizaje para realizar actividades, asistir a reuniones, eventos que se acercan más en la línea de nuestras prioridades e intereses que hemos establecido en nosotros mismos en el futuro.
Paso # 3 – Digamos “No” para situaciones de poca importancia o inversión de tiempo.
Pasos # 1 y # 2 durante este proceso, ya hemos cubierto los dos pasos, por lo que encontraremos las maneras de identificar las situaciones que causan estrés excesivo en nuestras vida como resultado de nuestro costo o coste de oportunidad desproporcionada. Desafortunadamente, este trabajo de investigación fue la parte fácil – ahora nosotros vamos a mirar de ponernos hacer algo al respecto.
Si la idea de decirle a nuestros superiores que por ejemplo deseamos viajar menos (o hacer otros cambios importantes en las cosas que hemos marcado como las prioridades en nuestra vida) puede que nos encontremos en una situación complicada por no decir abrumadora, empecemos por decir “No” en situaciones que para nosotros represente poco esfuerzo para construir nuestra confianza en esta área.
Decir “No” a una reunión que no deseamos asistir, por ejemplo, será mucho más fácil que decirle a nuestra familia padres que no vamos a casa para las fiestas. Tratemos de acumular al menos un par de “No” gana bajo su cinturón antes de abordar las cuestiones más importantes en nuestra vida. Con el tiempo y con la práctica, nosotros encontraremos más fácil decir “No” a las cosas que están nos están sacando el tiempo de nuestros principales valores y decir “Sí” a las prioridades que realmente importan.
Hay veces que ir haciendo cambios pequeños en nuestras vidas, trabajo, etc. Pueden llevar a efectuar una mejor productividad en nosotros mismos, marcando siempre tanto nuestras prioridades como las prioridades requeridas en un entorno de trabajo.
¿Cuántas veces hemos dicho “Si” en que vamos a hacer algo, que realmente no sirve ni para ayudar a esa persona?, sino que le decimos si, cuando en realidad, lo que vamos hacer es hacerle todo el trabajo. Cuando le hubiéramos dicho “No” y hubiéramos podido realizar otras cosas totalmente diferentes y con prioridades diferentes. Nunca es tarde pero tampoco encontramos el momento.
Si te ha interesado este post, no olvides dejarnos tus comentarios. También apreciamos que los compartas con tus amigos y contactos en las redes sociales. Muchas gracias.