Adios a la dirección, segunda parte

Por Julen Iturbe

Fernando Polo comentaba en el artículo Idea radical: adios a la dirección que escribimos allá hace un par meses:

Leo impresionado que todo el mundo está de acuerdo con tu idea radical, y no sé si responde al deseo infantil de un mundo mejor para mí, y para todos mis compañeros, o a la paranoia colectiva en la que parece que nos sume esta idea «no original» del crowd sourcing.

Que esta idea sea un ejercicio de reflexión extrema para replantearnos los estilos de dirección y la inflación de directivos, no me parece mal.

Que realmente haya gente que crea que una empresa (llámale iniciativa, organización, organismo, o lo que sea) puede funcionar igual, si quitamos corazón, cerebro, pulmones, y todos los seres unicelulares volvamos a pasar por millones de años de evolución para terminar replicando el organismo complejo del ser humano, me parece cuando menos divertido.

Sinceramente, echo de menos alguna crítica en los comentarios, para poder confiar un poco más en el crowd sourcing.

Al hilo de este comentario le dije a Fernando que iba escribir algunas cosas más por aquello de poner sobre la mesa argumentos y que luego cada cual interprete a su manera. De todas formas, mi artículo no citaba para nada el «crowdsourcing» y no voy a ahondar por ahí. Me interesa mucho más la idea de autogestión y el papel limitador que los directivos llevan a cabo en muchas organizaciones.

Separar la «gestión» que realizamos de nuestras cosas personales y la «gestión» de nuestras cosas profesionales tiene su miga. Yo estoy convencido de que en las empresas tenemos excelentes «gestores personales» aplastados por el sistema. Cuando digo «gestores personales» me refiero a la gestión que cada cual hace de su propia persona y de sus circunstancias. «Gestionar» es analizar, tomar decisiones, intuir, sopesar pros y contras, tener mano izquierda, dialogar, comprometer… Son cosas que se estudian en las escuelas de negocios y en otros lugares donde se enseña la supuesta ciencia del manajemén.

Pero en la gestión personal hay veces que eres la única persona con la que decidir. Eres tú y tus circunstancias. Y tienes que decidir. Tú eres la única persona con la que vas a pasar, al completo, el resto de tus días. No busques fuera. Tendrás que decidir por ti misma, por ti mismo.

(Casi) todo se puede aprender. Sólo hace falta que se den las condiciones y que la persona quiera. O mejor, que necesite aprender. Si la persona necesita y quiere, a poco que haya unas condiciones mínimas, aprenderá. Pues bien, me temo que muchos trabajos han sido despojados de la necesidad de gestionar. La separación entre quienes piensan y quienes hacen es un drama que conduce a la miseria organizacional. Yo incluso analizo, pero eres tú quien decide.

Muchas empresas han desconectado a la persona de la responsabilidad de autogestionar su actividad profesional. Han montado sistemas para aislar el factor humano. Han tratado de que, fuera quien fuera la persona que se ponía manos a la obra, el sistema fuera tan robusto que funcionara igual. Procedimientos, instrucciones, gráficos, que las cosas se hagan fácil. Tan fácil como si ni siquiera hiciera falta un humano para ello. Y nos hemos sentido orgullosos de lo conseguido.

Ahí es donde veo que quizá los supuestos puestos de «dirección» están impidiendo que muchas personas demuestren que saben gestionar. Y lo saben hacer porque sus vidas han estado llenas de decisiones, de momentos en que hacía falta analizar, en que hacía falta jugársela. Y han demostrado que saben gestionar. Entonces, ¿por qué no despliegan esas capacidades en su vida profesional?, ¿qué impide que lo hagan? Pues me temo que el sistema de gestión, donde los de arriba están para decidir y los de abajo para hacer y, por supuesto, para criticar a quienes toman decisiones. De la misma forma, claro está, que ellos critican a la ciudadanía rasa. Esto sigue estando escandalosamente extendido en nuestras empresas.

Llevo ya más de un año trabajando con una empresa en la implantación de equipos autogestionados. El camino es lento, casi diría que tortuoso. Una y otra vez parece interponerse una especie de muro invisible, pero poderoso, casi infranqueable, que impide a las personas asumir responsabilidades hasta el final. Son muchos años navegando en un barco cuyo timón les quedaba demasiado lejos. Alguien llevaba el rumbo, pero desde luego eran muy pocas las personas que se sentían con la capacidad de influir en él.

Cualquiera podría decir que si una muchedumbre se pone a dirigir la nave se genera caos. Pudiera ser. Pero no se trata de todos «a la vez». Se trata de que te reúnas conmigo y hablemos de cuál es el rumbo que debemos tomar. Otra cosa es cómo nos repartimos los turnos para llevar el timón. Quizá sea muy difícil, pero si no me dejas decidir luego no esperes demasiado compromiso por mi parte.

Por cierto, tenía pendiente releer completo Radical, de Ricardo Semler. Ayer lo terminé. Quería repasar algunas ideas con las que ando moviéndome últimamente. Radical nos coloca en la segunda mitad de la década de los 80 y al principio de la de los 90. Es mirar 20 años atrás y darse cuenta de que todo aquello que leí hace tiempo, hoy sigue siendo una alternativa. Parece que aguanta bien el tiempo. Parece que no avanzamos lo suficiente.

Hoy lo veo cada vez más como una ética hacker del trabajo, si es que esta palabra tiene sentido cuando hablamos de hackers. Hay algo que hemos aplastado en muchas empresas: el compromiso de las personas. Lo hemos ahogado entre multitud de planes de gestión, sistemas de fabricación e historietas parecidas. Mientras decíamos que las personas eran importantes, las anulábamos para que el «sistema» funcionara a la perfección.Ya lo dice Gary Hamel en The Future of ManagementToo much management, too little freedom.

Ya sé que recorrer el camino de nuevo es duro. Es ponerse delante de alguien y decirle: «Me he equivocado durante mucho tiempo. Perdóname. Creo que no he dejado que gestionaras tu actividad profesional.» ¿Por qué pedir perdón? Porque los directivos somos (lo digo porque también he tenido mi parte de responsabilidad) quienes hemos diseñado los sistemas. Hemos montado un tinglado para que el operario del taller gane mucha menos pasta que los directivos. Y, a la vez, hemos manejado el discurso de las organizaciones planas, de bajar responsabilidad a las líneas operativas, de hacer participar. Curiosas contradicciones. Eso es: «hacer participar». Ni siquiera que decidas participar, sino que soy yo quien te «hace participar».

Siempre digo que el mejor predictor de éxito de un curso es la necesidad de quien lo hace. El mejor diseño pedagógico con alumnas y alumnos que no quieren aprender está condenado al fracaso. Así que quizá no se trate tanto de hurgar en la pedagogía sino en las actitudes y en el sistema en sí mismo.

No sé, quizá estoy repitiendo argumentos. Pero es que me lo estoy encontrando tantas veces. ¿Por qué la gente no demuestra lo que vale como persona en su actividad profesional?

En fin, que no sé si sobrevuelo en círculos, pero sigo cada vez más convencido de que la llave está en que las personas encuentren la conexión perdida con su actividad profesional. Y quizá tenga que pasar porque quienes están en cargos directivos dejen de «dirigir» y se hagan a un lado.

Sobre el autor

Julen

De la margen izquierda de la ría, en el Gran Bilbao. Estudié psicología y siempre me he movido alrededor de las empresas y las organizaciones en general. Con una pasión confesa: la bici de montaña.

Publicado en Consultor Artesano. Post original aquí.

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Idea radical: adiós a la dirección

Por Julen Iturbe

Hace unos días estuve conversando con un directivo responsable de un área de I+D+i. Me explicaban la organización y el sistema retributivo que estaban diseñando para su empresa. Creo que era un planteamiento relativamente avanzado, tratando de generar un equipo «dinamizador» y otro de «dirección». Cogí el compromiso de darle un par de vueltas. Esta mañana me he sacado un rato. He anotado algunas notas en el otro cuaderno de bitácora, el de papel, y después de repasarlo, sólo encuentro una forma de concretarlo: como idea radical.

Y es que sólo veo una solución para que ciertas organizaciones rompan aguas de verdad: eliminar la idea de «dirección». O, lo que es lo mismo, eliminar a los directivos. Con todo el cariño del mundo, pero «a la puta calle», que diría Antúnez. No veo otro camino. Ya sabéis de nuestra reticencia al liderazgo e incluso a la gerencia unipersonal. Así que seguro que no os extraña esto que planteo ahora.

Claro que una posibilidad sería contratar vía ETT a directivos para momentos concretos, pero tampoco llego a verlo. Es una cuestión relativamente simple que ya hemos planteado aquí en ocasiones anteriores: imagina que mañana no viene el equipo directivo. ¿Qué pasaría?, ¿perdemos el norte?, ¿el mundo se acaba? Quizá amanece una nueva era y no nos queda sino llegar a unos acuerdos básicos para reorganizarnos el trabajo.

Es evidente que los equipos directivos imantan ansias de poder. Esto puede ocurrir antes de que accedan a la dirección o, sin más, autogenerarse por aquello de «donde fueres haz lo que vieres». Las estructuras de poder pierden capacidad de riesgo y en buena parte se dedican a reproducir los escenarios que conocen. Incluso diría que los valores actuales de esta sociedad descreída del jefe, provocan que buena parte de su tiempo tengan que dedicarlo muchos directivos a defender su posición más que a conquistar nuevas cimas. Hasta aquí hemos llegado y lo suyo nos ha costado como para soltarlo.

La implacable ascensión de las redes P2P, que mediante tecnología son capaces de generar beneficios mutuos sin intervención de poderes centrales, es todo un referente. ¿Qué aporta un directivo? Según en qué circunstancias la gran ilusión de la tropa es que «no me joda». No ya que me eche un cable, que me facilite las cosas, que arrime el hombro o que gestione conflictos. La gran esperanza es que «no me joda». O sea, que se quede como un cero a la izquierda, que bastante es. No vaya a ser que quiera demostrar su poder y entonces mis papeles acaban parados en su mesa unos cuantos días, objeto de algún oscuro análisis que no soy capaz de entender. O sea, ralentizando la actividad. Justo lo que hacía falta en este mundo que vivimos.

Pero no voy a ponerme dramático. Vamos con algo más sencillo. Piensa en un centro de investigación, en una empresa de tamaño relativamente reducido (de esas que ahora llamados de base tecnológica), con personas cualificadas. ¿Qué aporta la dirección?, ¿acaso está por encima del contribuyente medio de la empresa? No. Alguien dijo que la pasta viene de la gestión y allí acaban llegando quienes salen del trabajo técnico, vete tú a saber por qué oscuras o claras razones.

¿Por qué no transparentar la gestión?, ¿por qué no cada cual contribuyendo desde la igualdad y reconociendo, eso sí, que las competencias son diversas, pero que eso no genera diferencias de estatus o de retribución?, ¿por qué no experimentar un modelo que vuelva al principio y lo reinvente? Al final me viene a la cabeza un modelo asambleario que utiliza la inteligencia colectiva procedente de compartir en una plaza pública el trabajo que llevamos a cabo todas las personas que compartimos -hasta cierto punto- un proyecto. Eso sí que obliga a tirar de herramientas de la web 2.0. Pero ya están ahí.

Pienso, por ejemplo, en la gestión de proyectos y en los controles horarios que determinan cuál es la capacidad disponible. En vez de reconocer la diversidad de aportaciones y la diversidad de tolerancia a la tensión, un gran hermano te dice quién tiene horas y quién no las tiene. Nada que tenga que ver con la realidad, porque la mayor parte engaña como buenamente puede al gran hermano.

Y no se me ocurre nada más. En según qué empresas creo que lo mejor es que mañana no vinieran a trabajar los supuestos directivos. Quizá llevemos años extendiendo un dumbing down referido a las personas. Al tiempo que los libros hablaban de empowerment (sí, sí, todo en inglés, que así se entiende menos) la realidad es que la dirección se ha estado defendiendo de mucha gente que no entiende qué aporta a la organización.

Porque mañana, si tus jefes no han venido, tendrás que tomar unas cuantas decisiones. Es algo parecido a cuando te dedicas a la artesanía. Verás cómo no hay más remedio que colaborar con tus semejantes. Ánimo. Así que seamos radicales: en muchas empresas desde luego que sobre la dirección.

Sobre el autor

Julen

De la margen izquierda de la ría, en el Gran Bilbao. Estudié psicología y siempre me he movido alrededor de las empresas y las organizaciones en general. Con una pasión confesa: la bici de montaña.

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¿Qué aporta la estrategia hoy a una empresa?

Por Julen Iturbe

Siempre está bien recuperar a los clásicos y volver a ubicar sus propuestas en el momento presente. Allá por las década de los 80-90 del siglo pasado, cuando uno estudiaba en la universidad, siempre recordaré las lecturas de Henry Mintzberg. Pasaron por mis manos varios de sus libros, auténticos clásicos de la literatura del management. Entre ellos, tres que recuerdo con especial cariño: La estructuración de las organizacionesEl proceso estratégico y Safari a la estrategia (aquí un completo resumen).

En este último libro Mintzberg explicaba diferentes escuelas y maneras de entender la estrategia. Allí proponía lo que se ha popularizado como las 5P de Mintzbergestrategia como plan, pauta de acción, patrón, posición o perspectiva. Pues bien, hoy en día, cuando encaramos un proceso de reflexión estratégica con una empresa, ¿qué sentido tiene esta y qué debería aportar?

Quizá lo primero sea reconocer que sí, que el mundo ha cambiado lo suficiente como para no pensar en la estrategia como algo que aporta lo mismo para todas las empresas. Las hay que buscarán una perspectiva que permita anticipar -hasta donde sea posible- el camino que pretenden recorrer, otras que pretenderán encontrar su aportación de valor clave dentro de un sector y quizá otras que solo necesitan organizarse con cierto método a la hora de abordar sus objetivos y acciones.

Recuerdo que en un módulo sobre estrategia que llevamos a cabo con Alberto Etxeandia en nuestro postgrado de Empresa Abierta, este insistía mucho en la incapacidad de “pronosticar” y cómo precisamente ese podía ser el motor que alimentaba una “dirección estratégica”. No es tanto encontrar el lugar al que te diriges cuanto conseguir un pilotaje capaz de ir anticipando obstáculos. Es algo así como despegarse de lo operativo y reconocer que el riesgo es consustancial al momento presente, que no se puede evitar pero que sí se puede manejar. Escribió en aquel entonces, por cierto, un artículo que os recomiendo: Estrategia como instrumento de dinamización.

En mis últimas experiencias en proyectos de reflexión estratégica he creído percibir que importa hoy tanto más el cómo que el qué. Es la organización y la forma en que las personas se relacionan, interactúan y se ilusionan como la estrategia adquiere sentido. Porque la volatilidad de los mercados requiere no ya un plan estratégico sino una actitud estratégica, cada cual a su nivel.

Un símil que me gusta tiene que ver con la práctica del mountain bike. Cuando vas bajando por un sendero o por una pista complicada es fundamental anticipar. Hay que mirar hacia delante diez o quince metros porque es inevitable pasar por allí. Puede que haya raíces, piedras o un cortado. Sea como fuere, te lo vas a encontrar. En realidad tienes poca opción de evitarlo (ojo, siempre puedes bajarte de la bici) pero lo importante es que cuando pases por allí tengas -hasta donde el tiempo lo permite- una decisión en mente. Y sí, muchas veces, cuando llegas hay que cambiar un poco los planes, pero suele resultar. Eso, un poco de entrenamiento técnico y confianza, mucha confianza. Siempre tratar de anticipar.

Por otra parte, cada vez más la estrategia de una organización tiene que ver con el sector en el que desarrolla su actividad. La mirada sistémica es fundamental. La empresa tiene que comprender las dinámicas que se dan más allá de su operativa particular. Muchas veces no se trata tanto de hacer las cosas bien sino de comprender la relación de fuerzas entre los diferentes agentes de la cadena de valor y cómo se puede aportar valor dentro de ella, a veces incluso en colaboración con otros competidores. Esto aboca en ocasiones a enfoques de empresa abierta como el de TESLA, que prefiere que el mercado crezca aunque su parte proporcional en él sea menor. La otra opción, una mayor porción de una tarta que no crece, es menos atractiva.

Comienzo en estos días un nuevo proyecto de reflexión estratégica con una pyme industrial. Y la pregunta es pertinente desde la primera sesión de trabajo: ¿qué querríamos haber conseguido al final del proceso? No anticipemos respuestas y comencemos con humildad. A ver qué respuestas obtenemos porque cada caso es diferente. Y ahí está la gracia, ¿no?

Sobre el autor

Julen

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¿Y si la innovación de verdad no tiene que ver con las empresas?

Por Julen Iturbe

Es cierto que llevamos ya un buen montón de años con el mantra de que las empresas tienen, obligatoriamente, que innovar. No hay otra manera. O renuevas fondo y forma o el riesgo de quedarte atrás es tremendo. Así que cada cual carga con su cruz y ¡a innovar! Cuestión de decisión, de recursos y de que no te quede más remedio. El mercado lo pide; no hay opción.

Innovar aparece, por tanto, como un imperativo de los negocios actuales. Da igual que te lo pida el cuerpo o no. Es ley de mercado. Así que sin rechistar, manos a la obra: definamos un proceso de innovación, asignemos un responsable, coloquemos unos indicadores y ya verás cómo nos ponemos las pilas. Poco a poco, con el sudor de nuestras frentes, alcanzaremos la tierra prometida.

Frente a este modelo (paradigma diría nuestro amigo Eric von Hippel), hay otro que funciona en las antípodas. Ese que surge “porque sí”. Nace de lo que a alguien le sale de dentro. Es lo que apetece, con lo que disfrutamos. Tiene que ver con nuestras aficiones, con lo que “nos pone”. Tiene que ver con lo que somos como personas, con lo que conecta con algún tipo de motivación interior que a veces no somos capaces de explicar bien. Por eso esa forma tan peculiar de explicarlo: porque sí.

Hay personas que innovan porque sí. Reciben un producto o servicio y, de repente, establecen una química muy especial con lo que han recibido. A partir de ahí comienza una especie de juego por deconstruir ese producto y servicio, por buscar nuevos ángulos para conocerlo e interpretarlo. De por medio, muchas veces la simple diversión que obtienen con este ejercicio. Entran en un estado de flujo y allá se pasan horas y horas jugueteando con las cosas más insospechadas.

Si la innovación en gran parte supone un desafío del statu quo, entonces es muy probable que quienes la plantean “desde dentro” y no “por obligación” estén en mejores circunstancias para proponer alternativas más disruptivas. Free Innovation, el último libro de Eric von Hippel, del cual ya he escrito varias veces en el blog que abrí para el doctorado y que sigo manteniendo abierto, hurga en este tipo de innovación que procede de las personas usuarias y no de la industria establecida. En él aporta datos de una serie de encuestas realizadas en Estados Unidos, Finlandia, Japón, Corea del Sur, Reino Unido y Canadá que vienen a demostrar el espectacular volumen de esta otra innovación, tanto en número de personas que implica como en la inversión que supone.

En el fondo es sencillo entender que estas innovaciones que proceden de la economía doméstica, tal como la denomina von Hippel, suelen escapar a las estadísticas oficiales. La innovación de las empresas ha sido objeto tradicionalmente de un análisis detallado. Lo que ocurre en los garajes de la gente, en esos talleres domésticos donde dar rienda suelta a su imaginación, puede quedar, en su mayor parte, oculto a las estadísticas. Por eso el título de este post: ¿Y si la innovación de verdad no tiene que ver con las empresas?

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Transparencia radical, lo último en marketing

Por Julen Iturbe

En septiembre de 2011 publiqué en este blog un artículo que titulaba El marketing de la transparencia. En él comentaba lo peligroso de la combinación de dos tendencias que se unían para provocar una gestión marketiniana de la transparencia. Esas dos tendencias eran que lo transparente vende y que por supuesto hay información que interesa ocultar (de la misma forma que otra interesa airear). Solo hay que entender la ventana de Johari, todo un clásico de la psicología de la comunicación, para entenderlo.

Las personas y las organizaciones necesitamos la seguridad de lo privado y de lo íntimo. Un mundo absolutamente transparente nos conduce a una insoportable pornografía para la que no estamos preparadas. No creo que sea deseable saber que todo lo que hacemos esté sometido a escrutinio público. Claro que hoy la idea del panóptico de Bentham se democratiza y ahora somos todas las personas las que hurgamos en todo lo de las demás. Parecería que nada debe quedar fuera del escrutinio público.

Dichas así las cosas, larga vida a Gran Hermano. No cabe duda de que ha marcado un antes y un después en los reality shows. Lo vemos todo porque eso es lo que da audiencia. El monstruo se retroalimenta de buenos datos para las cadenas televisivas. Cuesta abajo y sin freno, la transparencia radical avanza. Solo que ahora todas y cada una de nosotras aceptamos el juego.

Si esas son las condiciones para el éxito de empresas y personas, se impone gestionar la transparencia. Y ahí es donde sí o sí emerge un marketing diferente, pero marketing a fin de cuentas. En primer lugar, se toma la delantera y se vende transparencia. Transparencia elaborada, desnaturalizada en tanto que recibe capas de cosmética para que consiga impacto. A pesar de que Amalio argumente en contra y no esté de acuerdo con mi discurso, ya os podéis preparar para que las agencias de publicidad se especialicen en marketing de la transparencia.

Ya resuenan sus cuentas de resultados. Un nuevo maná del que facturar: todo va a ser objeto de elaboración, todo será negocio. Y todo es todo. La transparencia lo exige. Nada debe quedar fuera del objetivo. La comunicación explota a mayor gloria de quienes tengan la posibilidad de pagar para elaborar el mensaje convenientemente. La transparencia se vende como la nueva verdad. Por mucho que Byung-Chul Han se empeñe en decir lo contrarioLa transparencia lo exigirá todo. Negocio perfecto. Gol por toda la escuadra. Que tengas suerte de ahora en adelante.

Si quieres leer más análisis sobre la transparencia, puedes consultar esta categoría del blog.

Sobre el autor

Julen

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Gestión del caos y estrategia empresarial

Por Julen Iturbe

He comenzado a releer un libro que pasó por mis manos hace muchos años. Se trata de Gestión del caos, de Ralph. D. Stacey. En tiempos actuales, convulsos y muy difíciles de interpretar, cobra si acaso más actualidad el enfoque de Stacey. Apunta el autor a una lógica diferente a la tan socorrida de definir estrategias, objetivos y acciones como guía del comportamiento empresarial. En vez de perseguir un futuro que se pre-define, la propuesta tiene que ver con saber manejarse en inestabilidad y el caos.

Así, en vez de la obsesión por acertar con las estrategias, nos propone la “generación de muchos retos diferentes” (pp. 138-140):

El punto de vista de los sistemas dinámicos conduce a la prescripción de retos numerosos y cambiantes, ambiguos y elásticos, no de una aspiración compartida de manera obsesiva. Los retos generados por los sistemas dinámicos complejos en situaciones abiertas surgen de la interacción política entre los directivos, y de lo que aprenden éstos juntos y la manera en que lo aprenden. Para este punto de vista, su papel al máximo nivel no es proporcionar aspiraciones sencillas y claras, y luego predicarlas, sino crear un contexto favorable para el aprendizaje complejo a partir del cual pueden surgir los retos. Esos retos tienen que ver con problemas y oportunidades del aquí y ahora, no con un estado futuro.

Así pues, frente a la estructura lineal de lo que hay que hacer, frente a la definición de un camino, se plantea un movimiento político de negociaciones constantes para formular retos cambiantes. Acuerdos y desacuerdos que reflejan tensiones por el poder y por aquello que se cree hace falta en cada momento.

Voy a echar mano de este libro, publicado originalmente en el año 1992, para algún día de estos publicar mi típico post de citas. Creo que lo merece.

Sobre el autor

Julen

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Microempresa, pequeña y resiliente: 5 aspectos a potenciar

Por Julen Iturbe

La apuesta de la UOC Business School por dirigirse al sector de la microempresa me da vueltas estos días. Desde el 5 de julio pasado, día en que estuvimos con Joan Torrent, su director, he mantenido varios encuentros con diversas personas a las que he comentado la cuestión. Escuchando opiniones, un aspecto destaca: hace falta abordar la especificidad que representa la microempresa. Ayer, por ejemplo, hablando con una compañera de la facultad, salía a la luz la realidad: ¿qué peso real tiene este tipo de empresa en nuestro entorno inmediato?

La realidad es la que es. Echando un vistazo a una presentación de Joan sobre la economía del conocimiento y la empresa en red, en Cataluña, por ejemplo, los números son aplastantes: las empresas de menos de 10 trabajadores representan más del 90% del total de las existentes. Claro que este magma empresarial es complejo, diverso y complejo de comprender. En muchos casos, además, con un vínculo potente entre vida familiar y profesional: muchas de esas microempresas son empresas familiares, con todo lo que esto supone.

Cuando los negocios son contenidos creo que no tiene tanto sentido hablar de grandes éxitos. Los bombazos son para la gran empresa (que también debe existir) que vende sus logros a base de potente comunicación y que capta atención en los telediarios. Por supuesto que también en negativo, faltaría más. Sea por suicidios o por cualquier otra salvajada. Al contrario, cuando tienes una microempresa, Consultoría Artesana en Red lo es y a mucha honra, no vives de salir en los medios sino de aguantar con lo justo para buscar tu hueco de competitividad. Prefiero pensar que, en el fondo, es un ejercicio de inteligencia.

La microempresa necesita poco para sobrevivir. No tiene por qué estar sujeta a los grandes vaivenes de la economía. En clásico gráfico X-R no deberíamos encontrar demasiadas desviaciones al estándar que hayamos definido. Sin embargo, este modelo de negocio, más contenido, requiere una arquitectura que la haga resiliente. Comparto cinco claves y seguiremos con la conversación en otros artículos más adelante:

  1. Dibujar la red, esto es lo fundamental. La microempresa necesita ultraconectarse para ganar en competitividad. Debe presentarse como “la empresa que soy y la red a la que me conecto”. Esta red debe ser inteligente, diferente según sectores de actividad. Cada negocio “pide” su red.
  2. Engrasar la red. No solo hace falta disponer de una red sino trabajar con ella, colaborar con otros nodos. Las conexiones tienen que estar engrasadas. Recuerda: el lazo fuerte es tan importante como el lazo débil
  3. Conseguir una estructura de costes mínima. Cada carga estructural es facturación que hay que conseguir; así que minimizando costes la presión de captar pedidos se reduce.
  4. Gestionar vacas lecheras. Siguiendo la famosa matriz BCG, la microempresa debe encontrar un nicho de facturación cuanto más estable mejor. Y ahí hay que fortalecer la relación con clientes, fidelizar, ser constante y fiable en lo que ofrecemos. Y mirar más allá para evaluar el riesgo de perder esa vaca lechera.
  5. Huir de las transacciones estrictamente económicas. Hay que buscar un plus en las relaciones que establecemos. Ser microempresa te dota de una base humana mucho más potente. No conseguimos contratos sino que establecemos vínculos de mutua (inter)dependencia.

En fin, que aunque ya he escrito de estas cosas en el blog, creo que puede ser buen momento para volver a profundizar en la competitividad de lo pequeño. Ilusión me hace.

Sobre el autor

Julen

De la margen izquierda de la ría, en el Gran Bilbao. Estudié psicología y siempre me he movido alrededor de las empresas y las organizaciones en general. Con una pasión confesa: la bici de montaña.

Publicado en Consultor Artesano. Post original aquí.

Del mismo autor en este blog:

El plan de gestión enferma y el ciclo PDCA le acompaña

A la parálisis por el análisis: P de Precipicio

¿Seguir leyendo?

El Ciclo de Vida de las Empresas Familiares

Diez lecciones de creatividad que impulsan tu negocio

Más allá de la innovación

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