¿Y si la innovación de verdad no tiene que ver con las empresas?

Por Julen Iturbe

Es cierto que llevamos ya un buen montón de años con el mantra de que las empresas tienen, obligatoriamente, que innovar. No hay otra manera. O renuevas fondo y forma o el riesgo de quedarte atrás es tremendo. Así que cada cual carga con su cruz y ¡a innovar! Cuestión de decisión, de recursos y de que no te quede más remedio. El mercado lo pide; no hay opción.

Innovar aparece, por tanto, como un imperativo de los negocios actuales. Da igual que te lo pida el cuerpo o no. Es ley de mercado. Así que sin rechistar, manos a la obra: definamos un proceso de innovación, asignemos un responsable, coloquemos unos indicadores y ya verás cómo nos ponemos las pilas. Poco a poco, con el sudor de nuestras frentes, alcanzaremos la tierra prometida.

Frente a este modelo (paradigma diría nuestro amigo Eric von Hippel), hay otro que funciona en las antípodas. Ese que surge “porque sí”. Nace de lo que a alguien le sale de dentro. Es lo que apetece, con lo que disfrutamos. Tiene que ver con nuestras aficiones, con lo que “nos pone”. Tiene que ver con lo que somos como personas, con lo que conecta con algún tipo de motivación interior que a veces no somos capaces de explicar bien. Por eso esa forma tan peculiar de explicarlo: porque sí.

Hay personas que innovan porque sí. Reciben un producto o servicio y, de repente, establecen una química muy especial con lo que han recibido. A partir de ahí comienza una especie de juego por deconstruir ese producto y servicio, por buscar nuevos ángulos para conocerlo e interpretarlo. De por medio, muchas veces la simple diversión que obtienen con este ejercicio. Entran en un estado de flujo y allá se pasan horas y horas jugueteando con las cosas más insospechadas.

Si la innovación en gran parte supone un desafío del statu quo, entonces es muy probable que quienes la plantean “desde dentro” y no “por obligación” estén en mejores circunstancias para proponer alternativas más disruptivas. Free Innovation, el último libro de Eric von Hippel, del cual ya he escrito varias veces en el blog que abrí para el doctorado y que sigo manteniendo abierto, hurga en este tipo de innovación que procede de las personas usuarias y no de la industria establecida. En él aporta datos de una serie de encuestas realizadas en Estados Unidos, Finlandia, Japón, Corea del Sur, Reino Unido y Canadá que vienen a demostrar el espectacular volumen de esta otra innovación, tanto en número de personas que implica como en la inversión que supone.

En el fondo es sencillo entender que estas innovaciones que proceden de la economía doméstica, tal como la denomina von Hippel, suelen escapar a las estadísticas oficiales. La innovación de las empresas ha sido objeto tradicionalmente de un análisis detallado. Lo que ocurre en los garajes de la gente, en esos talleres domésticos donde dar rienda suelta a su imaginación, puede quedar, en su mayor parte, oculto a las estadísticas. Por eso el título de este post: ¿Y si la innovación de verdad no tiene que ver con las empresas?

Sobre el autor

Julen

De la margen izquierda de la ría, en el Gran Bilbao. Estudié psicología y siempre me he movido alrededor de las empresas y las organizaciones en general. Con una pasión confesa: la bici de montaña.

Publicado en Consultor Artesano. Post original aquí.

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