El líder crea las condiciones de decisión, no sabe todas las respuestas

Por Virginio Gallardo

La importancia del rol directivo no es  tomar las decisiones más adecuadas  sino crear entornos para que estas decisiones sean las adecuadas,

decisic3b3ny los nuevos entornos tecnológicos son una oportunidad para ello. La idea más peligrosa para nuestras organizaciones consiste en pretender que las decisiones y la inteligencia de la organización reside en sus directivos, aunque reconozcámoslo, esta es una ilusión bastante generalizada.

En la medida que los procesos de innovación y de toma de decisiones son más sociales y “redárquicos”, el líder debe aprender a olvidar los viejos esquemas mentales que muy a menudo lo situaban como último decisor.

La complejidad del entorno

Los nuevos entornos empresariales demasiado rápidos y demasiado disruptivos hacen que cada vez debamos desconfiar más de la capacidad individual de cualquier persona para hacer frente a esta complejidad y por ello estos procesos serán cada vez más colectivos.

La complejidad e incremento de información que procesan las organizaciones hace que los procesos de gestión de información y de decisión tengan que estar más interconectados y requieran la participación de más personas.

Es necesario establecer procesos de decisión que sean colectivos: dependientes de tienda interactuando con marketing, operarios de montaje interactuando con ingenieros, ingenieros de diseño interactuando con compradores, informáticos interactuando con usuarios en la mejora de un proceso…

Cada vez más el papel de los directivos no es tanto determinar las respuestas, ni decidir,  sino priorizar, crear y hacer que funcionen los entornos donde se crean nuevas ideas, se comparte el conocimiento, se interactúa y se toman las decisiones.  Es decir, el rol fundamental de los directivos es crear entornos donde se produce eso que se ha denominado inteligencia colectiva, mediante conversaciones mayoritariamente poco ordenadas.

La tecnología es parte de la solución

La creación de comunidades, un grupo de personas que dialogan con objetivos, roles y procedimientos predeterminados, en los aspectos más críticos del negocio suele considerarse la mejor forma de sistematizar estos procesos colectivos.

La tecnología 2.0 y la cultura digital incipiente hacen pensar a algunos que tras “decretar” la creación de una comunidad y una cierta obligatoriedad en la producción de algunos contenidos  y conversaciones, se creará conocimiento, aprendizaje y se optimizará la toma de decisiones, pero esto no siempre es así.

Si la tecnología no va acompañada de una nueva cultura de liderazgo, es difícil que este tipo de prácticas tenga el éxito deseado. Incluso en el supuesto de que se hayan elegido bien las herramientas, objetivos, definido los roles y se hayan establecido bien las dinámicas de dinamización, se producen diversos efectos perversos.

El liderazgo tradicional que no desaparece e intenta convivir con el nuevo entorno, sin entender su nuevo rol más complejo y valioso, viviendo con la ilusión de que el líder tiene la obligación de procesar “ingentes” cantidades de información, a veces muy lejana y descontextualizada, y tomar decisiones de forma ineficiente.

Nuevas formas de entender la toma de decisiones

Las nuevas organizaciones requieren unos nuevos valores y comportamientos, entre estos probablemente el más complejo es la nueva forma de generar conocimiento, pero sobre todo decisiones y el papel de líder en este proceso.

El poder de la decisión se busca que se haga en el nivel más cercano a donde se plantea el problema, habitualmente lejano de la pirámide de mando,  y por tanto implica dar poder, pero sobre todo el conocimiento para decidir.

La toma de decisiones se debe concebir como un proceso de relación con otras personas de dentro o fuera de la organización, que son capaces de proporcionar la información e interactuar de la forma más adecuada.

La nueva labor del líder es configurar esos nuevos procesos asegurando que las decisiones que se toman han sido generadas con las interacciones más valiosas, con la inteligencia colectiva de la organización.

Este es el nuevo rol del nuevo liderazgo: configurar entornos innovadores, elegir a los mejores nodos de una red, establecer los procesos y promover los valores que permiten que otros tomen las decisiones más adecuadas de forma rápida y exitosa.

Esta entrada también la puedes encontrar en mi página de Contunegocio

Publicado en Supervivencia Directiva. Post original aquí.

Del mismo autor en este blog:

El falso debate de RRHH sobre comunicación 2.0.

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Gestión del cambio: 10 principios a desaprender

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Dirigir personas es administrar emociones

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El poder de la resonancia colectiva

Por Andrés Schuschny

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Vibración, energía, afinidad, fluir, … ¿cómo podemos llamar a esa mágica sensación que a veces logramos tener cuando interactuamos en grupos que se aglutinan con el fin de alcanzar alguna dada meta? ¿Sintieron alguna vez esto que trato ahora de describir? ¿Se vieron en un mutuo fluir en algún contexto grupal? ¿Podríamos hablar de la existencia de una suerte de conocimiento intuitivo que se produce cuando un grupo de individuos se congregan por algún propósito que consideran maravilloso?

Todavía hoy, más de 10 años después, recuerdo cuando me encontraba con el grupo de meditación en el que participaba, cuando vivía en Argentina. Oh, sí!! ¡¡Cuánta energía!!, momentos vividos de intensa densidad casi tangible; cuanta sensación de vida se generaba luego de unos instantes de silencio en el que todos nos decantábamos y, por casi mágica afinidad, una resonancia de plenitud emergía. Estoy convencido de que esa experiencia no era propietaria de nadie sino que a todos nos pertenecía, el despliegue de una unidad subyacente, una coherencia, un ritmo, un fluir del que todos eramos parte.

Dicha sensación de conexión grupal (no puedo hablar de emoción) se podía sentir a un nivel físico, pero tremendamente sutil. Era fruto del intercambio vibratorio de todos hacia todos. A veces podíamos comunicar verbalmente ese suceder y compartirlo entre risas llenas de frescura o profundos llantos transformadores, otras, apenas éramos conscientes de su presencia, pero, en efecto, algo sucedía… Y, sí, cuando la gente se aglutina y se abre a compartir, algo sucede. La resonancia del conjunto emerge y carga de vitalidad a todos quienes son parte de él. Acaso, esta experiencia que estoy tratando de conceptualizar (si es que se puede) no forma ya parte de nuestro lenguaje, por ejemplo, cuando hablamos de “tener la misma onda con otros” o “estar en sintonía” con otras personas?

En efecto, algo sucede,cuando nos conectamos con nuestros semejantes, algo muy sutil, profundo y, a la vez, valioso que amerita procurar entender; o, al menos, procurar identificar cuándo, en qué contexto y cómo es que dicho tipo de experiencias se generan. ¿Cómo es que emergen estas experiencias? ¿Cuáles son las condiciones necesarias para que tengan lugar? Supongo que no hay respuestas unívocas y científicamente implacables. Sin embargo, sí es posible a ojímetro, aunque sea, marcar algunas pautas generativas de la resonancia colectiva que en este post trato de dar cuenta.

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En primer lugar, se trata de experiencias que acontecen cuando los que participan comparten, por un cierto tiempo, un espacio común. La tentación de explicar o describir estas experiencias grupales sólo en términos de las dinámicas psicológicas, emocionales, espirituales o hasta energéticas es válida. Sin embargo, no debemos desmerecer el contexto y los aspectos físicos del lugar donde estas experiencias acontecen. No es lo mismo congregarse, por ejemplo, en un patio desordenado colmado de basura que en un ambiente cuidado y decorado al detalle. La ubicación, su belleza, decorado y contexto, efectivamente importan.

Así mismo, es fundamental tener alguna intención compartida, algún objetivo o meta común, algún propósito que grupalmente se desee perseguir. Dicha intención actúa como foco atencional que ubica a todos los miembros del grupo en un espacio cognitivo común y afín, preparando el terreno para la emergencia de dicha experiencia.

Por otro lado, la potencialidad de la experiencia de resonancia colectiva se incrementa a medida que se incrementa la confianza mutua entre quienes participan del grupo. Dicha confianza es fruto de la propia interacción en la que las circunstancias, la autenticidad y la transparencia de la comunicación son fundamentales para generarla.

Otro elemento enriquecedor activante es el relato. Tanto que hoy se habla de “story telling”. Las palabras tienen su propia vibración, y cuando estas se amalgaman en relatos, adquieren su propia resonancia, jugando una danza rítmica en la que pausa, significado y sentido se potencian. Las historias y relatos facilitan la intimidad, son, como los mitos, el barro de la transformación, de la comunicación de sentidos espontáneos, al son del ritmo de las palabras. Las historias organizan la imaginación desplegándolas en el humor colectivo.

El sonido, la rítmica y la música, también pueden hacer lo suyo. El ritmo nos conecta con nuestro operador tribal interior. Viene a mi mente la escena de mayor humanidad de la película Matrix, cuando en la “Ciudad de Zion” todos se fusionan en un baile carnal al ritmo de tambores y de música hipnótica. Hace muchos años tuve el privilegio de pasar unos meses viviendo en la Ciudad de Rio de Janeiro y estar allí durante el famoso carnaval. Recuerdo que, por esos, días participé del Bloco de Ipanema: Simpatia é Quase Amor. Fue una experiencia increible. Miles de personas congregadas, haciendo una recorrida que duraba muchas horas. Emoción, intensidad, ganas de pasarla bien. Después de algunas horas de cantar la fantasía y de bailar, se apoderó de mi, casi de repente, una fuerza extraordinaria, me vi flotando, danzando, sintiendo la energía del conjunto, resonando mágicamente. En efecto, música, ritmo, canto y movimiento es energía física transubstanciada en humanidad, y si de resonancia colectiva hablamos, nada puede estar más cerca de nuestra más primal humanidad.

Otra cosa que puede generar experiencias catárticas grupales, es la vulnerabilidad compartida. Al fin de cuentas, todos somos vulnerables, todos buscamos algo, todos celebramos la apertura personal, el crecimiento como seres, etc. Encontrar todo esto en la sinceridad compartida de otro que (en apariencia) pierde control de sí y se abre a hablar y compartir con autenticidad también nos abre a nosotros mismos y, como grupo nos potencia pues nos saca a todos de nuestra personal zona de confort.

Podemos hablar también de la actuación como instrumento de transformación, la participación en grupos musicales, en coros, momentos en los que el aura de la música se deja brotar, el asumir nuevos roles en juegos de dinámica de grupos y un sinnúmero de posibilidades inducidas por alguna técnica guiada, etc.

Sin embargo, no puede faltar, el SILENCIO. El silencio como un factor transformador de experiencias internas en conjunto. El silencio nos une y nos desidentifica, por eso solemos temerle, el silencio nos permite reconocernos desde un nuevo espacio, nos conecta profundamente con un otro que no es el otro con el que solemos interactuar; el silencio es una pausa en estado de espontaneidad. El silencio, cuando se conjuga con la mirada evapora al ego, el silencio que cabalga sobre la respiración conciente transubstancia todo instante convirtiéndolo en experiencia para el Ser. El silencio nos saca de la zona de confort y nos acerca a la tranquila zona de los sagrado. El silencio es un regalo que hay que saber recibir, un regalo cierto y profundo … y cuando se comparte genera una energía de enlace que no deja a nadie sanamente perturbado y conmovido.

Publicado en Humanismo y Conectividad. Post original aquí.

Para seguir leyendo:

Los 7 errores del gobernar y controlar

El Silencio

Estrategia 3.0: importancia y claves

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